23 años, 67 kilos, 166 centímetros, una fachada nada envidiable y muchas ganas de sacarme la mugre tanto en la universidad como en el trabajo. Un año más, un 28 de febrero más pasó y relegó a los buenos 22 que tuve.
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El día del cumpleaños de este escribas no se lo deseo a nadie, al menos la tarde de esa data, no. Fue horrible, pendejísima, soleada, caliente, acabé con la piel hecha trizas por el insufrible sol, terrible. No pude matricularme en la universidad en los días previos por problemas financieros (pagarle a medio mundo las deudas que arrastraba del año pasado. Sólo a mí se me ocurre hacer un préstamo para pagar otro. Un genio, yo) y justo ese bendito Lunes, día de la última opción, estuve en la correteadera de ir a la facultad a que me den un recibo, ir al banco a pagar, regresar a casa por un papel que había olvidado, retornar nuevamente a la facu para que me digan que debía estar en el local contiguo para escoger mis horarios, entrar allá, ver –con pena- los horribles -valga la repugnancia- horarios, secarme la frente del sudor, arruinar mi preciado polo de la selección de Holanda, acabar molido ya con los cursos prometidos y terminar odiando ese día. Hasta que me di cuenta que cumplía 23 (un año más viejo) y que no tenía por qué estar haciendo paté mi hígado. Así que me animé, sonreí, me lavé la cara y llamé a mi querida Carlita Lúcar. Carla, me mejoraste el día logarítmicamente. El almuerzo estuvo excelente. Muchas gracias desde esta humilde escotilla de internet.
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Arranqué la universidad al otro día, con muchos ánimos, con ganas de hacer bien las cosas, aunque todo ese entusiasmo contrastó con el del profesor de turno que dictaba un curso tan entretenido como una carrera de tortugas. Toda mi energía inicial se resumió a la de un paciente de hospital precario y con 20 diazepam encima. Llegó el fin de esa clase de Relaciones Públicas y pude saludarme con todos los somnolientos compañeros que encontré conscientes after class: Tatiana, Lenin, Karyna, Víctor. El resto nadaba en su mar de sueño aún.
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Por estos días también vi a mi hijo Camus enfermar. Ya hace como un mes lo notaba toser, pero esa queja se agravó con un jadeo prolongado. Jadeo que me asustaba cada vez que veía su lengüita azul, medio morada, por falta de oxigenación. Confieso que cada vez que pasaba eso el corazón se me congelaba y sentía un miedo espantoso y por ahí, alguna vez, he llorado porque no deseo que le pase nada malo. Me moriría de la tristeza. Con tantas visitas a la facultad de veterinaria de San Marcos, a causa de esta aflicción canina, amenazo con salir de ahí graduado. He aprendido mucho en ese lugar pacífico y debo agradecer a los médicos que están atendiendo a Camus. Gracias por la paciencia, confío en la mejoría de este pequeño de tres años con facha de 30. Te amo, hijo. Tenemos que lucharla.
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Por estas fechas también tengo que agradecerle mucho a mucha gente de la radio, gente que me ha ayudado después de una amenaza formal de despido, personas que me vieron ir de aquí para allá, defendiéndome y apoyándome en la tarea de retener mi trabajo. Gracias Adolfo, Chino, Arlett, Luiggi, Marli, Carlos (Palma), Curioso, Luciano, Soledad, Cecilia, Daniel, Daniela, Edgardo, Angee, Mauricio, Héctor Felipe, “Buba”, Yuly, César, “Coco”, “Pepefé”, Toño, Leslie, Vicky, Regina, Yuri, “Yuyos”, Ríchard, Diana, Renato, Bianca, Julito. Los tengo siempre presente en mis oraciones. Gracias.
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Ya para cerrar, ayer conocí –ya formalmente- a Valeria, hermana de un compañero mío de la universidad. Todo me pareció tan ocurrente porque si él se entera de la salida me mataría, por decirlo menos. Muy aparte de eso, me pareció extraño también porque esto de la salida se dio de la nada: “Oye, hay que salir el sábado” – “Ya, bravazo. Vamos a conocernos”. Y así pasó. Un par de semanas conversando buen rato por el chat del facebook (que es una sonora tragedia), otras tantas chateando vía “Messenger” y nos encontramos anteayer.
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Por estos días también vi a mi hijo Camus enfermar. Ya hace como un mes lo notaba toser, pero esa queja se agravó con un jadeo prolongado. Jadeo que me asustaba cada vez que veía su lengüita azul, medio morada, por falta de oxigenación. Confieso que cada vez que pasaba eso el corazón se me congelaba y sentía un miedo espantoso y por ahí, alguna vez, he llorado porque no deseo que le pase nada malo. Me moriría de la tristeza. Con tantas visitas a la facultad de veterinaria de San Marcos, a causa de esta aflicción canina, amenazo con salir de ahí graduado. He aprendido mucho en ese lugar pacífico y debo agradecer a los médicos que están atendiendo a Camus. Gracias por la paciencia, confío en la mejoría de este pequeño de tres años con facha de 30. Te amo, hijo. Tenemos que lucharla.
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Por estas fechas también tengo que agradecerle mucho a mucha gente de la radio, gente que me ha ayudado después de una amenaza formal de despido, personas que me vieron ir de aquí para allá, defendiéndome y apoyándome en la tarea de retener mi trabajo. Gracias Adolfo, Chino, Arlett, Luiggi, Marli, Carlos (Palma), Curioso, Luciano, Soledad, Cecilia, Daniel, Daniela, Edgardo, Angee, Mauricio, Héctor Felipe, “Buba”, Yuly, César, “Coco”, “Pepefé”, Toño, Leslie, Vicky, Regina, Yuri, “Yuyos”, Ríchard, Diana, Renato, Bianca, Julito. Los tengo siempre presente en mis oraciones. Gracias.
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Ya para cerrar, ayer conocí –ya formalmente- a Valeria, hermana de un compañero mío de la universidad. Todo me pareció tan ocurrente porque si él se entera de la salida me mataría, por decirlo menos. Muy aparte de eso, me pareció extraño también porque esto de la salida se dio de la nada: “Oye, hay que salir el sábado” – “Ya, bravazo. Vamos a conocernos”. Y así pasó. Un par de semanas conversando buen rato por el chat del facebook (que es una sonora tragedia), otras tantas chateando vía “Messenger” y nos encontramos anteayer.
Cuando llegué al sitio acordado -Café Z- y vi que no entrábamos y seguíamos caminando, previo saludo (previo susto de su parte), sospeché que tenía que empezar a olvidarme del Mokka que venía saboreando imaginariamente en el camino. Caminamos y caminamos, por allá, por acá, por el malecón, por el puente Villena, por Larcomar. Y justo ahí, en Starbucks propiamente, con 2 Frapuccinos y un par de “blondies” charlamos horas de horas.
Valeria, misma paciente y yo, fungiendo de psicólogo. Valeria, confesándome sus desvaríos amorosos y yo, gritando para mí: “que imbéciles estos jijunas (el mago y el vecino)”. Valeria, abriendo los ojos, expresando sus vivencias y yo, sorprendido por su madurez a su edad. Valeria hablándome de su fascinación por los carros y yo, contándole –palteado- que alguna vez choqué el carro de mi viejo y me hizo un show público con el vehículo lesionado. Valeria sonriendo y yo haciendo lo propio tímidamente.
Valeria, si algún día lees esto, entérate que sí que la pasé bien, espero que tú igual –aunque… aunque nada-. Que tal trip hasta su casa, por cierto. Saludos a Alejo y adviértele que más tarde iré a la facultad con un escudo para defenderme ante un eventual ataque suyo. Espero verte pronto. Sí que eres linda.
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Estos días raros me han traído alegrías, penas, como la muerte de mi tía Juana (a la que extrañaré por ser tan buena gente); risas, confianza y nuevos conocidos. Un poco de todo que es mejor que nada de nada. Este inicio de año está algo extraño.
¡Ah! Lo olvidaba. Tengo que agregar que a partir de ahora, cada post de este humildón blog, estará en la web de la adorable Carla Lucía, mi ojona preferida, buenísima amiga. Gracias, Carlu. Espero que después no te arrepientas de tan desatinada decisión. De verdad te admiro por eso. Gracias a ti esta entrada ya no tendrá 2 ó 3 lectores (y eso), ahora serán muchos más (4, 5 ó, con suerte, 6). Todo mi aprecio para ti, Penalillo. Asì que desde hoy estamos en www.algodelima.com.
Las 3 de la madrugada y a las 8:30 tengo reunión con el jefe. A dormir. Gracias por soportar este post desordenado, raro y agradecido. Prometo no volverlo a hacer.
*Nena, llévame a un lugar con parlantes.