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Dónde nos leen

miércoles, 7 de septiembre de 2011

5 y 1... Escenas y consecuencia


Escena 1:

Me vi llegando a casa, apurado, sudoroso y algo cansado. Además de preocupado, pues el celular en el camino murió (dícese, en buen cristiano, de que se le acabó la batería, pe’, varón) y no supe nada de Nelly –aquellos abnegados devotos de este blog, saben que ella es mi madre- en todo ese Miércoles difuso, nublado y con clima poco amigable, día en el que tenía un coctel con gente de la chamba.

Estuve en mi hogar, me probé un terno como para la gala que tendría en la noche. Me vi en todos los ángulos –creo que mal no se me veía, al menos, no como siempre-, encontré la corbata, lustré las tabas, desempolvé el pantalón y a la ducha.

(...)

De un tiempo a acá, he sacado la conclusión de que bañarse en mi casa es un acto de hidalguía, heroísmo, pues, el agua cae tan congelada como si me estuviese bañando dentro del congelador de mi refrigerador. “Bueno, señor, se aguanta –me dije-, la terma murió hace mucho”.

El heroísmo me dura 15 minutos y salgo cual adoquín.

(...)

Bañado, secado –dizque- arreglado y algo resfriado, me di con la sorpresa de que la corbata no tenía nudo (¡oh, no!). “Puta madre. Yo en estos avatares de nudos formales soy tan bestia como cualquier postulante de comunicaciones de la Garcilazo tratando de resolver un examen de la UNI. Me jodí”.

Perdí la cuenta de cuantas puertas de vecinos toqué, implorando -con la voz casi quebrada y en el peor tono de súplica-, preguntando quién rayos sabía hacer un nudo. La negativa me cerraba la puerta en la cara. Hasta que llegó un tipo bonachón, al cual saludo siempre, pero del que no tengo registrado su nombre. Arribó él, en su espectacular camioneta, todo un empresario exitoso, con la media sonrisa confiada. Llegó y lo abordé con la repetitiva pregunta del millón: “Disculpe, señor, ¿Sabrá usted hacer un nudo de corbata?”, a lo cual él, muy gentilmente, me dijo que sí, causando en mí una emoción extraña.

Vi que el tipo sufrió, vi que se peleaba con sus manos, estaba ahorcando a una serpiente, lo vi sudar, escuché algo así como una madición hacia la corbata, cuando finalmente y después de tanta pirueta, ahí estaba: pulcro, lindo y hecho: el salvaje nudo que me hizo recorrer la calle entera. Las gracias del caso y zafé a casa nuevamente.

Listo, esperé a Nelly y la vi llegar. Y la vi llegar un poco agitada, pero no me importó y le estampé un abrazo interminable y le dije que la amaba, le dije que es mi heroína y ella me regaló una barra de Halls -linda ella- y me dijo que no regrese tarde besándome la frente.

(…)

Tomé el taxi hacia el Westin, todo formal, algo ansioso y ya con solo 3 pastillas de Halls. Debo agradecer al taxista que estaba escuchando –aunque usted no lo crea- a The Beatles. Me hizo la tarde ese buen tipo. Llegamos, hice un reconocimiento de terreno y di media vuelta hacia la casa de ella: “The princess of that night”.


Escena 2:

Del Westin a la casa de “V” no hay mucha distancia: 5 ó 6 cuadras aprox. Pero, igual, yo no quería caminar. Paré incontables taxis y no deseaban –los jijunas- agarrar la avenida que da a su hogar y, caballero nomás, tuve que latear esas cuadras. Latear con zapatos y latear con la bendita bulla de la hora punta de la ciudad, con el humo que pulula y me contamina la existencia. En fin, todo era nada con tal de verla después de un buen tiempo y valió –bastante- la pena, valió la lateada, valió llegar, tocar el timbre, subir, saludar a su abuela (buenagentosa ella, por cierto), hermano y a un conocido.
Valió la pena estar un poco nervioso, para después quedarme absorto (más) y emocionado (un tanto más) cuando ella salió, deslumbrante, espectacular y –bah, cualquier adjetivo queda chico para describirla tal noche-. Simplemente preciosa.

No recuerdo muy bien lo que dije en ese momento, pero sé que no fue bien vocalizado. Dije cualquier paporreta porque quedé sin argumento alguno al verla. Reaccioné, mis sentidos volvieron en sí, mis latidos frenaron un toque y desempañé mis lentes ya algo mesurado.
Ahí estaba ella: frente a mí, guapa, vestida de negro y con un ánimo alucinante. Ahí estaba yo: frente a ella, aún algo atontado, increíblemente bien peinado, tratando de decir cualquier cosa razonable para romper un poco el hielo y bajar mis decibeles. Ahí estaba su abuela: a un lado nuestro, buscando una ¿gargantilla? para ella, sonriente y siempre conversadora. Me encantó esa escena.

Edson y “V”. “V”y Edson. La abuela y ambos. Cuando por fin la abracé, hablamos un rato y todo tomó el curso normal de la noche. Salimos de su hogar con la previa advertencia de: “No vengan tan tarde, por favor”, de parte de la señora de ojos cálidos, a lo cual respondí: “No se preocupe, señora. No llegaremos tarde”. Ambos, uno al lado del otro, ella reprochándose a sí misma por haber olvidado su cámara y yo en mi estado de estupidez, tomamos el taxi rumbo a la reunión, ya sin “The Beatles” de fondo, lastimosamente para mí.


Escena 3:

Una vez allí, ella preguntaba si iba a haber algún inconveniente con su acceso a la sala, puesto que ella no trabaja en el Grupo y esta reunión estaba dirigida a las “piezas clave” de la empresa, a lo cual respondía siempre,confiado, que no. Dicho y hecho, no hubo impasses (¡¡¡Ufff!!!).


Adentro, veíamos como la sala se transformaba en un campo de concentración, en un hacinamiento, en un lugar en el cual cada vez más se hacía inexistente la discreción. Llegó la hora de lo protocolar, de los discursos. Uno a uno, fueron desfilando y hablando los dueños y gerentes de la empresa. Tuve –tuvimos- que aplaudir -arregañadientes- a cada uno de ellos. Acabé con las manos algo hinchadas de tanta palmoteada.

Después de las cabezas de la radio, siguieron las personas representativas de cada emisora. A los únicos que les di mis sinceros aplausos fueron a Adolfo, el Chino y Regina Alcóver.


Lo más entretenido dentro de todo eso, fue que cada cierto rato cruzaba miradas cariñosas con “V”. Por ratos subía al cielo, pero regresaba al tener que escuchar más aplausos a gente que ni conocía y decir mentalmente “¿Dónde estoy?”. Flanqueado por ella a la derecha y my brother Galo Castillo por izquierda, los minutos protocolares se iban acabando y cuando menos sospeché ya estábamos con algunas copas en la mano. Por fin: ahora sí empezó la noche. “¿Dónde hay más trago?” repetía en mi mente cada 5 minutos.


Escena 4:

Vi llegar a Renzo Álvarez y Yuri Cossio. Los vi llegar abrazados, los vi a la distancia y mientras más se acercaban a donde estábamos “V”, Galo y yo; más notábamos sus caras de felicidad por encontrar al grupo por el que sentían más afinidad (me pareció en algún momento verlos de la mano, pero es un tema que no trataré en este cajón virtual. Punto).
Abracé a Renzo, como si lo hubiese visto después de un tiempo larguísimo. Y lo abracé fuerte porque lo quiero, porque es mi hermano, porque es alguien confiable. Triste fue mi sorpresa al ver su terno salpicado de vino. Del vino que yo tenía en mi copa y que por la efusividad, este se dio un apasionado ósculo con el, hasta entonces, impecable saco de mi tan estimado amigo. Y si no me dijo nada, es porque -recién- al leer esto, se está enterando.

Los tragos y los bocaditos pasaban. Los tragos: uno más rico que otro. Los bocaditos: uno más feo que el anterior. Pasaban y pasaban. “V” y yo íbamos a la caza de ellos cada vez que podíamos. O debo decir, yo iba detrás de ella que a su vez iba detrás de los bocaditos. No sé. Creo que estaba feliz y eso es lo que importa.

Luego de un buen rato, ya se iba notando la fuga masiva de algunas personas. El lugar estaba reducido a alguna gente de Studio 92, algunos de Oxígeno, algunos individuos que jamás en mis 11 meses trabajando aquí he visto, pero que estaban tan o menos presentables que un papel pisoteado en un mercado, es decir, estaban hasta las huevas de borrachos. Por ahí estaba alguna chica amigable de Marketing, quien hizo una conexión genial con “V”, al punto de entablar una cháchara de la que “The princess of that night” bien puede salir beneficiada. Sinceramente, eso espero.


Harto brindis, harto cheers, hasta que dieron las 11:30pm y mi grado de alcohol etílico aún me permitía estar cuerdo, aunque por cierto rato perdía tal cordura al ver a “V” fijamente a los ojos. Time to go.


Escena 5:

No tenía ni un gramo de hambre, nada. Mi estómago estaba dormido. Aunque algo en mis papilas me pedía alimento, pero el dichoso estómago estaba amodorrado en sí. “V” y yo, buscamos a Galo, pero aquel hombre canoso y buena gente, había emprendido carrera a casa o a ver a su “mona” (podría apostar que a lo segundo).

Ella y yo, ya en un sitio cercano, acomodados en los asientos con nuestras hamburguesas al frente. Yo sin mucha hambre, pero haciéndola de mozo de vez en cuando –aunque me gustó pasarle el kétchup a una flaca tan linda-, estaba ahí más por ella que por mí. Me gustaba verla, me gustó escuchar la ternura de cómo le habló a su madre cuando la llamó, me gustó recoger la tapa de su ¿delineador de ojos?, me gustó decirle que estaba preciosa –total, era una gran verdad-, en fin, me gustó. Esa noche me gustó.

Ya de salida, ella con mi saco y yo ya con frío, cogimos el carro a su casa (por Dios que no quería despedirme). Llegamos y en una de mis tantas taras, el libro de recuerdo que me dieron, terminó por el suelo y yo quedé entre recogerlo y despedirme. Lo único que pensé fue patear el libro y quedarme con ella. “V” sonrió y todo el estado de memez volvió. Ella me abrazó y cerró su puerta. Yo me fui, pero no la saqué de mis ojos por un buen rato. Me encantó… y así pasó.

Las 12:00am. Cenicienta está ya en su castillo y el deseo de la abuela por verla antes de un nuevo día estaba hecho. Del grito del que me libré.



Consecuencia:

“V”, te conozco algo más de medio año y siempre me gustó tu sonrisa, aún cuando nunca antes me había cruzado contigo. Varias veces te lo he dicho, pocas veces de frente, muchas en Facebook, algunas en Twitter y lo bueno es que lo sabes.


Siempre hemos quedado en hablar un par de cosas y terminamos hablando un impar de otras, siempre hemos quedado en salir a algún lado y terminamos yendo a otros. Siempre he creído que el morado te quedaba muy bien, hasta que te vi de negro. Siempre supe que Alejandro tenía una hermana, jamás pensé que fuese tan bonita.
Siempre quise ir contigo a "Z-Café" y espero que más tarde -¡¡¡por fin!!!- se dé.
Por ahí, alguna vez quise bailar contigo y –aunque fuese latin- lo hice… y lo hicimos bien. Siempre fui un afanado al Facebook y me cambiaste al Twitter Siempre me viste informal y, aquella vez del tono, salí de lo pagano: formal al fin.

Siempre te dije que eras linda… Me equivoqué. Eres preciosa y la consecuencia de todo ello es que te quiero un mundo.

(…)


"Al empezar el texto no sabía qué forma darle, lo único que sabía era que podía delatarme... y creo que adrede, lo hice" - by Edson

“Los hechos dicen mucho más que las palabras. Siempre lo digo y lo seguiré diciendo todos los días” - by “V”


Song of a Special day