Gustavo estudia comunicaciones, cursa el tercer ciclo en la universidad y tiene
como meta acabar la carrera para ser publicista, comprender los insights
derivados del sexo y darle nuevos conceptos. Él, con la barba a medio crecer y
su buen floro, además de su ironía suave, sabía cómo llamar la atención de las
chicas de la facultad.
Alaska y Zoé se conocen desde el primer día de clases y cursan el mismo ciclo
que Gustavo. Están en el mismo turno, en
el mismo piso, pero en un salón distinto al del futuro publicista. La primera
lleva 5 semanas de relación con Gustavo y por casualidades de la vida, Zoé
nunca ha visto a su amiga junto a su enamorado. Lo conoce de nombre, lo conoce
porque Alaska le ha hablado de él, pero no más.
Alaska Cuba y Gustavo Clark coincidieron por primera vez en una reunión que
organizó Martín Gutiérrez –amigo de ambos- hace 6 meses con motivo de su
cumpleaños. Desde el primer día “Ali” y “Gus” tuvieron mucha afinidad, tanta
que el juego de miradas fue tal que acabaron en la puerta de un hotel en plena
madrugada. Hasta ahí llegaron porque ella no quiso entrar: “¡vamos muy
rápido!”, le reclamó al acalorado tipo que con sorpresa vio truncado su sexual
intento.
Después de ese momento, Cuba y Clark se cruzaron un par de veces en su
facultad, pero todo no pasaba de un saludito tímido con la manito alzada y nada
más. De un “Hola” de lejitos y un “chao” muy distante, pero en la mente de
ambos vivía aquel recuerdo de la fiesta de Martín, recuerdo accidentado, pero
no del todo malo.
Esos cruces no fueron del todo indiferentes y aunque ambos trataban de
mostrarse esquivos uno del otro, un día se toparon en el quinto piso del
edificio de la biblioteca en la universidad. Ella saliendo del baño de mujeres
y él pretendiendo entrar al de hombres solo para lavarse el rostro. Gustavo no
lo pensó dos veces y la tomó del brazo, la arrinconó e inició el habla. Comenzaron
a animarse luego de una primera negativa de ella. Él pretendía ser dulce y lo
fue. Alaska iba cayendo en el juego que él quería. Cuba fue sumergiéndose en
las palabras cálidas de “Gus”, sus palabras se tocaron y con ellas sus labios.
El desierto quinto piso vio entrar a la pareja al baño de hombres, beso tras
beso y caricias repetidas, caricias que iban de norte a sur (o al centro).
Alaska jamás imaginó esa situación y estaba ciertamente excitada. En medio de
ello cerró la puerta con seguro -como pudo- mientras Gustavo seguía hacia su
objetivo en marcha progresiva. Fue en ese momento que él, que creía tener todo
bajo control y que nunca sentiría nada por ella, vibró ante un “te deseo”
espontáneo, cortesía de Cuba. Las manos de Gustavo sentían la humedad de
Alaska; todo bien, todo en orden, aunque aún sin el contacto que él deseaba.
Cuando ella había cedido por completo, un inoportunísimo golpe a la puerta
quebró su burbuja. Este golpe se repitió dos, tres, cuatro veces seguida de una
voz que el tipo conocía bien: era la latosa melodía de Iosef Pedreros, profesor
de Periodismo digital. Este indeseable le aguó la fiesta. La insistencia se
debió a que los baños de los 4 pisos
restantes estaban cerrados y el profesor llegó a este quinto apretando los ojos
y cerrando las piernas.
La desesperación del llamado a la puerta le cortó el plan de “Gus”, que, preso
de su nerviosismo no tuvo más reacción que esconder a Alaska en un pequeño
cuarto que el personal de limpieza usaba para guardar sus chucherías. El
profesor aliviado, agradeció a Clark por cederle el paso a su desahogo renal y
de paso musitó para sí mismo: “Este huevón si no ha estado metiéndose droga, se
ha estado corriendo la paja. Solo, en un baño cerrado y oliendo raro, creo que
lo segundo”.
Gustavo esperó que se largara Pedreros para sacar a “Ali” de donde estaba. Ella
riéndose cachosamente le dijo que ya era la segunda vez que le mataban el plan
y él solo atinó a decirle que otro día se verían y que no iba a haber un tercer
intento fallido.
(…)
Zoé recibió una llamada de Alaska a la mañana siguiente y esta, le contó de
todo. Dentro de lo que escuchó, lo más importante fue que “Ali” estaba
empezando a enamorarse de Gustavo. Zoé Alfaro era una flaca de cabello castaño,
ojos pardos, tez clara y un cuerpo delicioso. Ella había aguantado la
intromisión del nombre “Gustavo” en cada conversación que sostenía con Alaska,
en otras palabras: la tenía podrida. Pero, como buena amiga, se bancaba el puto
tema de conversación que comenzó siendo indiferente y terminó con palabras
dulces hacia el frustrado sexual.
Alaska que solo mantenía contacto con Gustavo por Facebook, recibió la llamada
de este un viernes por la mañana. Conversaron un rato acerca de temas que nada
tenían que ver con lo sucedido hace unos días y cerraron la cháchara pactando
un encuentro para la tarde de ese mismo día en un salón del sótano de la
facultad. Dicho y hecho: 3:30 estaban los dos ahí. Vigilaron que el encargado
de limpieza acabara con el mantenimiento del aula y entraron sigilosamente. La
luz a medio tono se prestaba para muchas cosas, pero ellos, más calmados que
antes, decidieron solo conversar, hablar de ambos y de lo que estaba
pasándoles. Todo iba bien y ella recibió la llamada de Zoé, que le reclamó su
parte del trabajo de Estadística que ambas debían entregar ese día. Alaska le
preguntó dónde estaba y fue junto a Gustavo a darle el encuentro, matando todo
el ambiente feeling que vivían
Alfaro estaba con un café en la mano esperándolos sentada en las escaleras que
dan al pabellón de talleres. Ella vio salir a su amiga del pabellón del frente
junto a un pata no tan alto, de cabello corto y negro, tez trigueña y ojos algo
claros. Era –quien más- Gustavo.
La primera imagen que ella tuvo de él fue lo más opaca posible, le pareció feo
para su amiga, en cambio, Clark tuvo una imagen totalmente opuesta, ya que le
gustaban las castañas y de buen cuerpo, tal como Zoé. Por un momento, Gustavo
mandó a la mierda imaginariamente todo lo que había hablado con Alaska hace
unos instantes. Le gustó Zoé en one, la miraba caleta de arriba a abajo y de
abajo a arriba. El tipo ya se la estaba alucinando, pero trató de contenerse y
ser lo menos evidente posible. Tras una presentación breve y una conversa sin
importancia él tuvo que ir a clases y las dos flacas se quedaron ahí.
Él se fue con la imagen clavada en la mente del sinuoso cuerpo de Zoé, Alaska
se quedó con ella pensando en lo que había hablado en el sótano con “Gus” y la
chica castaña miraba la estupidez viva en la cara de “Ali” mientras le pedía su
parte del trabajo.
Si hubo algo que llamó, ligeramente (casi nada), la atención de Zoé respecto a
Gustavo fueron sus ojos claros, puesto que era una filia que ella tenía muy
marcada, pero solo eso.
Gustavo, que siempre se alucinó el “pendejito” de la facultad, no lograba sacar
a las amigas de su mente. Tanto Alaska como Zoé estaban ahí, una como un deseo
puro y el otro como un deseo jodidamente sexual. Él no estaba confundido, él
sabía lo que quería y eso era quedarse con Alaska, pero en el trayecto tirarse
a Zoé y si podía tirarse a las dos a la vez, mejor. El cliché de “pendejerete”
se lo había creído muy bien. Quería hacer todo a la perfección. Algo de sexo
por un lado y amor por el otro. Sabía que era una misión complicada, pero se
creía capaz de lograrla y aunque se tenía una fe maldita, también era
consciente de que debía ser lo más cuidadoso posible.
(…)
Dicen que las casualidades no existen y eso lo supo perfectamente Gustavo una
noche de viernes. Salìa él de Diseño gráfico, fue rumbo al baño más cercano del
pabellón en el que estaba: el primer estaba cerrado, es segundo igual, el
tercero en limpieza, mientras que el cuarto era un indeseable cuartucho
apestoso. Decidió subir al quinto piso y, cual calco de una pasada escena, se
cruzó con alguien, pero esta vez no fue Alaska, sino, ¿quién? Zoé.
Ella estaba medianamente alegrona, tibiamente ebria, gustosamente sexy. Era
viernes y tenía planes de fugar por ahí apenas acabaran las clases, pero se
adelantó un poco y decidió hacer los previos desde temprano escapándose de
Filosofía y reingresando a la facultad luego de unas horas disimulando
sobriedad para entrar a ese mismo baño del quinto piso del cual alguna vez
salió Alaska. Gustavo tomó una bocanada de aire en el piso en el que solo
estaban los dos y decidió iniciar el juego, no dulce, sino astuto, nada dulce,
pero muy intenso. Ella, que en algún momento se mostraba de lo más fría, optó
por ver qué pasaba con el galancete y le siguió el juego. El alcohol había
hecho lo suyo y Clark se aprovechó de eso. Cada vez más cerca, Gustavo y Zoé
hablaban solo a centímetros de distancia, cada vez más lento, cada vez menos,
cada vez más cerca.
Ella decidió tomar la iniciativa y lo jaló al baño de mujeres. Seguro a la
puerta y ya está, el deseo de Gustavo se hizo realidad con la complicidad del
trago y de ese piso que siempre fue un médano, prestándose para actitudes nada
académicas. Lo que no había logrado con Alaska lo estaba llevando a cabo con
Zoé, comenzando por bajar las tiras del brasier, recorriendo con las manos
todos los puntos del estilizado cuerpo de Alfaro, terminando sin protección y
follando de lo más intenso en un sitio inadecuado, pero de lo más paja.
Mientras él la embestía sin delicadeza recibió la llamada de “Ali”, pero debía
terminar algo y nada lo podía interrumpir: celular al suelo y a no distraerse.
“Ali” no insistió con la llamada, cosa que los dos en ese baño agradecieron sin
hablar.
Una vez terminado, Zoé y Gustavo decidieron dejar todo ahí. Aunque el beso que
los despidió fue tan largo, sexual e intenso como lo que acababan de hacer hace
unos pocos ratos. Todo era cuestión de gusto. Ninguno iba detrás del corazón
del otro.
(…)
Gustavo, sin el menor remordimiento, llamó a Alaska después de irse de la facultad.
Hablaron solo un par de minutos, pero en ellos hubo una concentración de
palabras de afecto de ella hacia él, palabras de lo más melosas y que Gustavo
tomaba no con mucha indiferencia. Hubo algo en esas palabras que a ese pendejo
cínico le movía las vísceras. Todo fue tan rápido que ya nada sorprendía a
Gustavo. Todo pasó tan veloz con Alaska y peor aún, con Zoé, que no planeaba nada,
sino que quería que el tiempo lo sorprendiera. Pensaba en las dos, en lo bien
que la pasaba con una y en lo terriblemente instruida, sexualmente hablando,
que era la otra.
Llegó el lunes y “Wonderwall” de Oasis sonaba en los oídos de Gustavo mientras
llegaba a la universidad. Pensaba ya sin restricción en Alaska y cuando la vio
llegar, después de un rato, se acercó a ella, la apartó de sus amigas (no
estaba Zoé) y decidió citarla en el jardín de la facultad apenas acabara la
clase. Ella aceptó sin demorarse.
Después de la aburrida clase de filosofía, ambos se tiraron en el jardín de la
facultad. Sin hablar por un rato, se tomaron de las manos y fue cuando Gustavo
decidió decirle qué le pasaba.
Todo el fin de semana previo, Alaska había estado metida en su cabeza y él se
lo dijo sin preocuparse por las consecuencias ante una posible negativa, pero
ellas nunca se presentaron. Todo lo contrario, “Ali” se mostró muy ilusionada
con la confesión y decidió quedarse con él. Ambos pasaron la puerta de la facultad,
caminaron todo lo restante de la av. Marsano y se encontraron con un hotel de
la av. Aramburú, donde se conocieron más.
Gustavo y “Ali” jugaron con ellos mismos, jugaron con los espejos, con las
sábanas y arremetieron horas en el cuarto en el que se encontraban. Ya no solo
era sexo, sino, amor y sexo. Una fusión que ellos descubrían con cada minuto
que disfrutaban. Al final de la jornada, él tuvo razón, pues no hubo un tercer
intento fallido.
(…)
Zoé no encontraba atractivo que su amiga y el personaje al que compartían ahora
estuvieran juntos. Ya no le resultaba cómodo estar al lado de ella y escuchar
lo bien que la pasaba con Gustavo, Gustavo que hace unas semanas había
disfrutado de la blanca piel de Zoé.
Alfaro que era por demás astuta, sabía que Gustavo llevaba una clase en el
pabellón de talleres y entre los vidrios que formaban las paredes de tal
edificio, se camufló para esperar a “Gus”. Lo vio pasar y sin medir fuerzas lo
jaló hacia un taller desocupado. Ante su sorpresa, Gustavo solo se dejó llevar
y la idea de ser jalado por la guapa Zoé no le desagradaba para nada. Ella no
le dijo ni “Hola” y lo besó acaloradamente. “Gus” era fiel en sus pensamientos
a Alaska, pero al estar con Zoé esa fidelidad se rompía. Ella interrumpió para
decirle que por más que no quería nada serio con él, ella lo extrañaba y
deseaba que Alaska no existiera, para poder así pasarla bien sin remordimiento
alguno. Gustavo le replicó que eso era posible aún con la ausente cerca. Él se
alejó y acordaron verse en el grifo que estaba al frente del hotel al cual
había ido hace unos días con Alaska.
Gustavo vio a su flaca al acabar la clase y fingió un dolor molar jodidamente
angustiante. Ella ante tal escena, lo dejó ir rápido, sin pensar que no sería
la última vez en esa noche que lo vería. Él tomó un taxi dando una dirección
antes de subirse al auto y cambiando la misma ya en el trayecto. Pagó por unas
cuadras unos cinco soles. Entró a una farmacia por unos condones y Zoé ya
estaba en el minimarket del grifo acordado.
Entraron al hotel y al recepcionista se le hizo tan familiar la cara de
“Gustavo” que pensó para sí mismo: “tremenda cara de imbécil y se viene levantando
a dos flacas en pocos días”.
Antes de entrar al cuarto, Gustavo se percató que era la misma habitación en la
que había tirado con Alaska y se lo dijo a modo de anécdota a su actual
acompañante. Dato que ella aprovechó muy bien luego de unos minutos y que él
pensó que fue una rara coincidencia. Pobre… las coincidencias no existen.
(…)
Alaska estaba dispuesta a joderla de la peor forma, no quería a Gustavo para
estar tener algo formal, pero no quería estar alejada de él. Le gustaba y
mucho. Le gustaba su instinto sexual y el riesgo que le acarreaba tener algo
clandestino con el enamorado de una de sus mejores amigas, le provocaba
adrenalina pura. Pero la clandestinidad debía acabar y ella lo sabía muy bien.
En plena sesión, se las ingenió para llamar a Alaska, pero nadie habló. Los
gémidos y los arremeteos eran los que respondían a los “Aló” que “Ali” daba.
Cuba pensó que Zoé se había equivocado y colgó pensando que, sin querer, se
había metido en cosas privadas de su amiga.
Al terminar del primer “round”, Zoé le escribió a Alaska: “No te imaginas quién
está en el cuarto 307 del Apolo conmigo. ¿No se te hace familiar ese número y
este hotel?”.
Alaska perdió la cordura y llamó a “Gustavo”, pero el celular de este estaba
muerto, tan muerto como él antes de empezar el segundo episodio en la lucha
encarnada que llevaba con Zoé. No lo pensó dos veces y fue hasta el “telo”
desconfiando hasta de su sombra.
Llegó al hotel y el recepcionista
regordete la reconoció, pero ella, enérgica subió hasta el cuarto en el que
Gustavo tenía de esclava a Zoé. El recepcionista con una mediana risita se
dijo: “la que le espera a este huevón”.
Alaska se puso detrás de la puerta, se encogió y lloró. Todo ello mientras
escuchaba los fuertes gemidos que soltaba Zoé y por ahí algunos de Gustavo.
Lloró como nunca y cuando reunió el valor necesario tomó fuerza y con fuerza
mezclada con impotencia logró abrir la puerta llevándose la sorpresa que jamás
espero, pero que se estaba formando en su cabeza desde la llamada de Zoé.
Fue un triángulo de sensaciones. Por un lado Zoé, excitada y con desvergüenza,
por el otro Gustavo con sorpresa e inseguridad y finalmente Alaska, llena de
lágrimas y con harta cólera.
Alaska vio todo, no dijo nada. Se fue como llegó. Gustavo trató de alcanzarla,
pero el tratar de vestirse demoró su intención. Alaska, sin una pizca de roche,
quiso seguir follando, pero Gustavo, molesto, la mandó a la mierda, seguro de
que ella había armado todo el quilombo, pero no tuvo tiempo de reclamarle.
Prendió el celular y llamó a Alaska. Fue inútil. Alaska, entre la confusión
botó su móvil y no se supo de ella hasta después de una semana.
(…)
Gustavo la buscó por todos esos días, pero no obtuvo resultado.
Alaska, volvió a la universidad,
infiltrada, disfrazada y se instaló en uno de los salones del sótano, previa
visita al baño del quinto piso del pabellón de talleres, lugar que frecuentaba
con Gustavo. En el trayecto no habló con nadie, nadie la reconoció. Ya no tenía
el cabello moreno, sino rojo. Una vez en el sótano, llamó a Gustavo y le dijo
que estaba en la universidad, esperándolo en el mencionado baño. Gustavo, que
se encontraba en la cafetería, corrió a verla y encontró al lado de la máquina
secadora de manos, un papel doblado en el que estaba Alaska dibujada con su
actual color de cabello y debajo del trazo estas palabras: “She’s back, but now
she’s dead” y “sótano 2”.
En vano fue el apuro de Gustavo para atravesar la facultad y atropellar a los
vigilantes en la puerta del pabellón de aulas. Llegó al salón citado y la
sangre de Alaska se confundía con el color de su cabello… Gustavo gritó, pero
ya de nada sirvió. “Ella regresó, pero ella ahora está muerta.”
Gustavo encontró en Zoé solo sexo, en Alaska el amor y en ambas el amar y de
alguna forma encontró el concepto que buscaba y que mencioné al principio de la
historia… Sexo, amor amar.