“Coco, ¿vamos?” Fue lo que dije después de
saludar a mamá y al abuelo ni bien llegué a casa. Agarrar su correa y ver la alegría de mi perro hizo que en
cierta forma me contagiara de la misma, ya que llegaba un poco fuera de mí. Aunque
al salir de ese hogar esa sensación se transformó en algo parecido a estar en
la cima del Himalaya y pensar por lo que había pasado solo unos minutos antes.
No sé, no me sentí ni bien ni mal. Solo quise caminar con este pequeño
carnívoro de 8 años, despejar o, debo decir, ordenar pensamientos y llegar a la
conclusión que debía refugiarme en esto que es mi vicio: escribir y soltar
todo. Hacer catarsis, eso que alguien había hecho en este último día de mayo,
este que está a punto de extinguirse.
(…)
Hoy, como la última vez que toqué este
desordenado cuarto virtual, me toca escribir de ella. Ella que no es
precisamente un canto a la afectividad, no es muy demostrativa. Aunque cuando ese tipo de
personas hace algo así –feeling-, lo hace de corazón y de eso se sostienen
estos párrafos que vienen a continuación. Esos que no sé si deba escribir, esos
que pueden ser un Vía crucis o un
recuento genial de esta noche que no hubiese sido bonita si no entrelazaba los
brazos de ella, de ese ser tan especial, con los míos. Tener grabados esos
segundos que pasaron y que fueron una
eterna perfección, congelar esos instantes en los que no quise desprenderme de J, todo ello en conjunto fue una de las cosas más chéveres de este año. No quise dejar de sentir sus
cabellos debajo de mis manos, sus ojos sinceramente cerrados y su respiración
rápida (de verdad que no lo quise). Esa pequeña porción de tiempo hizo que me
proyecte y que piense que al dejar de abrazarla ya iba a tener una larga vida
junto a ella. En resumidas cuentas este horrible mes tuvo su mejor punto en ese
rincón cerca a un lago artificial y junto a un miedo gracioso hacia las aves
(su fobia).
Estar en ese parque enorme después de haber
cancelado una caminata cervecera, tener la sombría noche de fondo, verla bajo
ese faro de Narnia que alumbraba sus ojos rojos y cálidos, me convenció –o
reconvenció- que esa oscuridad espesa se iba a disipar y en cierta forma así
pasó. Tenerla al frente, escuchar medianamente lo que había hecho ese día, no
ser tan detallista al decirme cómo es que se desprendió de sus demonios, pero
sentir que se había quitado una roca pesada que la ataba a un pasado jodido y
finalmente autodibujar en sí misma una sonrisa que tenía más luz que el faro
adyacente, pagó toda esa larga fila de pasos que di para llegar a ese banquito
resguardado por algunos canes y que tenía en ella ese elemento que hacía mágico
todo ese ambiente.
(…)
“No te puedo contar todo lo que hice porque
estoy bajo promesa” dijo para resumir ese ejercicio que mató sus miedos. Aunque
por ratos soltó algunas de las cosas que la hicieron desfogar y sentirse libre.
Ese “no te puedo contar”, se transformó en un “te lo cuento por partes y sin
darme cuenta”. Y con lo poco que soltaba traté de armar cierta historia e
interpretarla, traté de darle forma a esa mueca graciosa que componía de vez en
cuando. Esa dichosa mueca, esa sonrisa que volvió a mover mi lado más visceral.
Ese que había entrenado algunos días atrás para que sea tan frío como un pedazo
de escarcha como el de esa vieja refri que tengo en casa. Esa sonrisa hackeó mi
sistema y esa feroz y gélida parte entrenada, quedó hecha un ser indefenso,
fácil de matar solo con lapo, totalmente vulnerable a su mirada.
Y fue en ese hablar y hablar en el que me
preguntó si podía darme un abrazo y yo –incrédulo- solo atiné a burlarme,
sanamente, claro. Y así se dio algo tan común para el resto del mundo y tan
increíble para mí. Abrazarla fue una pequeña recompensa, creo yo, a esas pocas
buenas cosas que he hecho en este tiempo. Tenerla un rato y sentirme tan bien
es de esas cosas que no cambiaría por nada, aunque sé que ella no sintió lo que
yo sentí. Ese gesto fue liberador para ella, pero más lo fue para mí. Con ese
abrazo se me fueron las palabras y todo lo que dije después no estuvo hilado.
Me quedé ahí, me morí en el tiempo y ya no hablé mucho (si alguna vez lees
estas líneas, perdón por eso. Me quedé enganchado en ese instante y solo me concentré en ti).
Imagino, ya debe estar durmiendo sin
temores, sin esa presión extra que la maniataba, que no la hacía del todo
libre. Hoy sé que duerme más tranquila y que hoy 30 fue ese día bisagra que
marcó el descanso de una vida pasada y que señaló un camino menos sinuoso. Hoy, fin de mes, puedo escribir que verla con una sonrisa legítima después de
haber tenido muchas sonrisas incompletas, fue un buen punto final a este mes
que ha sido su mejor mes productivo en este año. Verla feliz, puso un punto
final bueno a este mes que no ha sido –para mí- del todo amigable.
Sé que aún le falta algo y ojalá ese "algo", alguna vez tome forma y sea parecido a eso que yo siento, a eso que un día la hizo soñar con este escribas (fue una pesadilla, lo sé). Veremos.
(…)
Ahora que estoy junto a Coco en la calle,
viendo todo entre la nada, tengo la seguridad que verla feliz, (con esos ojitos
llenos de lágrimas que marcan un cambio), también me hace feliz y que esos
intentos fallidos de olvidarme de ella se hicieron trizas y se fueron olímpicamente al tacho.