Síguenos en Twitter

Dónde nos leen

lunes, 27 de abril de 2009

Carta para el Hijo que no tengo


Más te vale, Eduardo, que te guste el nombre que te voy a poner. Lo elegí porque así se llama tu abuelo, también porque ese es mi segundo nombre y porque me parece chévere poder decirte Edú delante de mis amigos (o sea, tus tíos de cariño).
Más te vale que no seas llorón, ni heredes mi ridícula estatura, pero eso sí: ay de ti que no salgas con unas bonitas cejas como las que yo tengo sobre mi ojos y bajo mi frente.
Más te vale también que seas fanático del fútbol y seas hincha de Alianza y me acompañes al estadio los domingos. Si quieres, nos hacemos socios y alentamos a todo pulmón en Matute. Todo con tal de que no empieces con la mariconada de que te gusta el básquet o, peor, el tenis.
Lo único que podría gustarte más que el fútbol es la natación, porque así podría treparte sobre mis hombros –como hacía tu abuelo conmigo– y entrenarte para que seas un eximio clavadista en Acapulco (o en La Herradura, lo mismo da).
Más te vale, hijo, que tu primera borrachera te la pegues conmigo: sería extraordinario que nos vayamos de farra juntos y regresemos de madrugada, y tu mamá nos esté esperando molesta y en bata.
Más te vale, mi sangre, que te encante la música como a mí y que tu instrumento preferido sea la batería y no los rosquetones bajos, xilófonos o panderetas.
Más te vale que me hables de sexo y de drogas con la naturalidad con que me podrías hablar, no sé, del colegio o del perro labrador que supuestamente te voy a comprar.
Más te vale, compadre, que me seas sincero; es decir, sé que eventualmente me mentirás para salvarte de un cocacho, pero trata –por lo menos trata– de mirarme como a uno de tus amigos, porque de hecho tú vas a ser uno de los míos, y más te vale que te vaya gustando esa idea.
Más te vale, Eduardo, que no seas periodista y deportivo, menos. Desde que tengas dos años, en vez de leerte esos calzonudos cuentos de hadas como Los tres chanchitos, te voy a leer teorías de Economía y Medicina, profesiones rentables que te harán millonario. Ya me lo agradecerás.
Y más te vale, chibolo, que no me vengas con la pendejada de que tienes alma de punk o subte o gótico o dragqueen o Emo. Te reventaría las costillas, por decir lo menos.
Pero sobre todo, hijo, más te vale que nazcas algún día, porque aunque no se lo digo a nadie, ni a tu abuela ni a tu madre (que, como tú, aún no existe), hay algunas noches en que me miro al espejo, pienso en tu abuelo, y sospecho que yo, francamente, también podría ser un papá de puta madre.


*Observaría a mi retoño con el cariño con el que ahora observo a mi "Negra" (mi láptop), a la que quiero como si fuera una hija, asi esté hecha de cables y chips.
*Tomado del Blog "Busco Novia" y adaptado a las futuras vivencias que, espero, tendré. Gracias Renatillo.




Muy buena canción de Oasis: Champagne Supernova. Enjoy.

domingo, 26 de abril de 2009

Encuentro Inesperado


Negra madrugada de Abril, en la que estoy escuchando a Creed y su monumental “With arms wide open”. Suena medio irónico porque justo es Viernes Santo y Cristo este día terminó con los brazos bien abiertos, como diría la canción.

Hoy, como hace mucho tiempo no lo hacía, me tomé una ligera licencia. Me permití dormir más de 7 horas seguidas, despanzurrarme cómodamente en mi cama de sábanas azules. Como regulármente no pasa, esta tarde soñé. Soñé con alguien que para mi es bastante especial por todo lo que he vivido con ella en estos casi 14 meses que la conozco, tiempo en el cual hemos tenido desavenencias tan tontas como importantes.

Ese alguien a quien denominaré KR (que no es Kola Real), reapareció tras una discordia de principios de año. Renació de sus cenizas, cual ave Fénix. Cenizas que al verla después de dos meses, hicieron un batido de sensaciones dentro de mí. Mi corazón se aceleró como el motor de un Ferrari Gallardo. Rápido e incontrolable, sólo con verla. Fue cálido y tenso a la vez, por las cosas que pasaron y que derivaron en una magra discusión.

Aquí un resumen de lo acontecido: Ese día miércoles fue de lo más raro. Empezando porque desperté y no encontré a nadie quien gentílmente pueda abordarme con un nada despreciable desayuno. Nadie. Luego de un rato me vi sorprendido haciendo los quehaceres domésticos, algo que es tan raro como que nuestra paupérrima selección de fútbol le encaje 5 goles a Brasil, y en tierras cariocas, todavía. Sobre la marcha, lancé una interrogante al viento: ¿Qué carajo hago yo haciendo esto? No porque estuviese mal, sino porque es muy atípico en mí hacer algo útil para mi hogar. Algo que puede constatar mi ya desdeñado abuelo, quien -cual hobby- se encarga diáriamente de restregarme en la cara, todo lo malo que hago. En todo caso, cuando me di cuenta, mi bittersweet hogar estaba hecho un anís (que denominación más ridícula, por cierto), ante mis sorprendidos ojos miopes.

Con la preocupación a cuestas por encontrarme sin un mísero cobre en mis arcas, decidí salir a caminar. Hecho que se vio suprimido con la llegada de mi madre, quien muy generosa ella, y al ver a su alicaído y muchas veces irresponsable hijo, decidió hacer una acción de bien, una obra de caridad, una tendida de mano, un préstamo; claro que yo no pedí tal favor. Ella se ofreció con la condición de 10% extra a la hora de la devolución. Madre, yo también te quiero!

Con la transacción hecha, una duda me carcomía el cerebro. Mi escasa masa encefálica se retorcía ante la opción de seguir estudiando inglés o tirarle la cuerda a una nueva aventura: La edición. Mi corazón “icpnático” se alzó con la victoria en esa batalla llamada elección. Dinero en mano, me largué sin presagiar lo que me esperaba.

Pepsi en mano, entré a esa institución, que, valgan verdades, es más un centro de vida social que de estudios, y lo menciono porque la mayoría del alumnado practica el satisfactorio deporte conocido como gileo. Whatever. Ya en el auditorio me quedé perplejo ante tanta gente acumulada en dicho centro. Solté una mentada de madre interna, pues detesto la “superpoblación”. Caballero, nomás. A esperar que avance alguna fila para poder ingresar, pagar el monto e irme con las mismas. Yo sin nota musical que me acompañe, pues mi mp4 quedó mutilado tras el salvaje ataque de uno de mis perros -mi fiel y siempre blanco, Coco- en un lugar asi, ante tal circunstancia y con tanto chibolo emo rondando, para mí, fue un digno motivo de autoeliminación.
Hallé una fila medio vacía y al ver a la gente tratando de meterse ferozmente, me escabullí en ella, cual ratón en su madriguera, riéndome de lo tonta que se veía la gente detrás mío. Pobre Idiota. ¿Qué habrá dicho de mí el que estaba adelante? No lo quiero imaginar. Sediento, miraba mi gaseosa, pensaba en tonterías, ojeaba el suelo e imaginaba como serían las chicas de mi futuro salón, cuando de la nada sentí un manotazo suave pero duro a la vez, que venía de la fila contigua. Al levantar la mirada vi ese colorido par de ojos que no admiraba hace ya un buen tiempo. Mi corazón latió, se aceleró. No sé si del nerviosismo o la emoción. Quizás de la angustia por no saber qué decir o cómo actuar. No lo sé. El caso es que ya estaba ahí, más sacado de mi realidad que dentro de ella. Todo eso generó “KR” en muy pocos instantes. Dudando (y mucho), me acerqué a saludar. Un tímido “Hola”, fue el inicio de una tarde pendiente, de unas explicaciones ausentes y muchas veces postergadas, de un ¿Qué demonios pasó con nosotros?

Más inseguro que nunca terminé de hacer el tedioso trámite con un jodido cambio de horario (que es el peor de ellos, por cierto), y justo ella terminaba de hacer lo mismo. Oh! Casualidad! Muy pensativos y reñídamente risueños (quizás para ocultar nuestra inseguridad), salimos a caminar, recordando viejas maratónicas caminatas. Pasamos una cuadra de la contaminada avenida Arequipa y nada, ambos en un mutis total. Segunda cuadra, de igual forma. Ya en la tercera un tonto tema fue la “patadita” para empezar toda esa tarde-noche que nos esperaba. La infame selección, fue el cordero elegido para empezar el sacrificio. Rajando hasta el hartazgo de tanto fracaso blanquirrojo empezamos a reírnos ya sin caretas timidonas. Recuerdo que pasando por Diagonal hablamos de música. Jaló el tema de Village People (qué banda para gay), y yo ahí si me reí más por compromiso que por otra cosa. Caminando, hablando cosas sin sentido, o de las que solíamos hablar, así de la nada se abrió paso el plato fuerte del menú. ¿Por qué me borraste de tu vida por un tiempo? Fue una pregunta que ninguno de los dos la planteó, pero que se supuso. Fue una interrogante no expresada pero mutua e imagináriamente hecha. ¿Un malentendido?, ¿Un desgano?, ¿Algo monótono?, ¿me aburrí de ti?

Yo, lárgamente dubitativo, comencé por dar mi descargo, con trabas y todo, fui moldeando ideas y mostrándolas. Ella escuchaba atentamente mi relato. Quise ensayar una broma y dio resultado. La hice reír. La sonrisa fue más mía que suya. Respecto a lo dicho por este chato ruloso fue que el primer mes no la extrañe, que no me importaba su vida, que todo este encontrón había sido bastante extraño y que esas casualidades no se daban así nomás. ¿Dios?, ¿el destino?, ¿el vecino?, ¿Quién sabe? Ha sido tan loco todo porque yo no debía estar ahí. Yo quería, en un principio, edición. No inglés. En la mañana de ese día no tenía ni un “Abelardo Quiñones” que piloteara mi billetera. La hora fue rara, porque siempre voy en las noches a matricularme. Ella no iba a ir ese día por motivos equis, sin embargo, fue. “KR” debía estar estudiando en ese momento, pero una matricula la llamaba. Todo rarísimo. En fin, terminé con toda esa catarsis y compré unas gomitas para refrescarme la garganta, y de paso el ánimo. Cuando menos precisé, estábamos en el Malecón de Miraflores. Ella tomó el timón de este tráiler descontrolado y me dijo que nunca se olvidó de mí. Reconoció el apuro de eliminarme de todo. Y, lo que más me gustó, fue que se dio cuenta que ella no es la única que tiene problemas en esta compleja vida. La sentí tan sincera, que quise darle un abrazo. No lo hice por roche y temor una mirada extraña. Después de toda la bilis expectorada, nos reímos por lo vacíos que fueron estos dos meses sin cruzar palabras, sin un apoyo extra, o simplemente sin ese alguien que siempre se muestra para hacerte reír con una tontería. Sin sentir a esa otra persona ahí. Esas risas me hicieron sentir nostálgico. Ni idea de por qué. ¿Habré recordado todo lo bonito que pasé con ella en un fragmento de tiempo? Quizás.

Luego de mucho tiempo le dije cuánto la extrañé este último mes, mandando a la mierda mi orgullo. Me sentía raro, como un Papá Noel veraniego, pero a la vez sentimental. Recuerdo que me lanzó un “Te Quiero” y me estremeció totálmente. Mi semblante ya no era raro, sino feliz. Se hizo de noche, estábamos a una cuadra de su facultad y nos tuvimos que despedir. Esta despedida fue con las cuentas ya saldadas y sin rencores de por medio y sobretodo con la confianza recuperada. Así dejé a mi estimada “KR”, un poco apocado, sorprendido y meditabundo a la vez. Día raro, recuerdo haber dicho. Esto ha sido lo más raro que me ha pasado. Porque en la previa, nunca pensé toparme con alguien que creía enterrada del todo –por los motivos de la pelea que no menciono- y sobretodo por como me puse. Bastante raro para mi gusto.

Ahora –como casi siempre pasó- mantenemos una relación muy estrecha, somos los mejores amigos, los que se cuentan todo, los que hablan de cosas que, regulármente, no hablarían un joven de 21 años y una de casi 20. Pienso que siendo más pegado a ella en el sentido nétamente amical, aplacaré (o disfrazaré), esa longeva filia. Aunque debo confesar que siempre llevaré ese karma de estar ligeramente templado de ella así nos alejemos, nos mandemos a la mismísima porra, ella se case y viva fuera de este funesto país, o que yo me quite al Tíbet a hacerme monje Shaolín. Esa pequeña cicatriz quedará por siempre en esa víscera que late. El casi insignificante miligramo de cariño de hombre hacia una mujer permanecerá imperecedero en lo más recóndito de mi maltrecho corazón. Hace unas horas me di cuenta de ello. Hablando con una entrañable amiga, confirmé, o debo decir, ella me confirmó, que sería así. Conversando de ciertas boludeces laborales salió el tema de la chica expuesta y mi bien observadora amiga notó el cambio de expresión en mi rostro al hablar de “KR”. Pasó de una charla un tanto impávida, a una medio alegrona, la cual delató -sin querer queriendo- mi sensación de satisfacción sólo por tener como tema central a la chica de ojos “café ralito”. Tras dar ciertos conceptos e ideas sueltas, el tema concluyó con un rotundo y escalofriante (para mi), “Ella te gusta”. Alardeo que no sé si estará lejos de la realidad, sobretodo porque me lo dijo alguien que tiene experiencias similares en estos menesteres. Esas tres inofensivas palabras me dejaron pensando todo el resto del día.

Ya son las 4 de la madrugada y en este bendito silencio, trato de ordenar mis pensamientos y recordar toda anécdota graciosa y por demás irreverente que protagonicé con esta universitaria, sin llegar, claro está, a que ese microscópico sentimiento tome un considerable peso y se vuelva algo incontrolable, algo por lo que ya pasé infinidad de veces, y que en su mayoría, me hizo pasar un mal rato.
Hago este inventario mental sólo para repasar las cosas que me gustaron de ella, y que, segúramente en este nuevo capítulo de salidas (de “buenos amigos”), se volverán a presentar, pero que ya no me sorprenderán indefenso, y por ende, ya no caeré en ese estado comatoso denominado enamoramiento. Aún así, estoy algo contrariado al imaginar lo bonito que podría ser un azulado tiempo a su lado. ¿Pasará? No lo sé. Mejor es tomar un sorbo de mi muy gentil café y devolverme a la realidad.

Quizás sea tonto darle a conocer esto (porque lo haré), pero quiero ver y palpar su primera expresión, la que me dirá todo, quizás con una tenue mirada o quizás no. Espero dos cosas, una vivaracha risa incontrolable o una mirada de confusión. Con lo primero sabré que no pasaría a mayores, con lo segundo tendría que preocuparme un poco. Sólo eso. A fin de cuentas, es bastante beneficioso saber que puede pasar en un futuro y así tomar cierto tipo de medidas, llámese precauciones, para no salir tan agarrotado por un reiterado sentimiento que ya me ha pateado violéntamente el cráneo. Con respecto al sueño que tuve y que mencioné al principio, sólo puedo decir que fue de lo más bonito, quizás fue mucho sueño para alguien que no sueña nunca nada. Eso queda en mí, no lo diré ni por todo el stock de galletas de chocolate que me puedan ofrecer. No! Me queda seguir por esta vía y esperar que el tren en el que estoy viajando no se descarrile, que ese pequeño miligramo de amor no tome volumen considerable y evolucione en una tonelada muy peligrosa. Estar tranquilo en este viaje será lo mejor, sin contratiempos, ni tontas preocupaciones e inseguridades. Muchas veces he renegado de mi soledad, pero sé que ya me acostumbré a ella. Estoy seguro.



sábado, 25 de abril de 2009

Unas compañeras leales


¿Definición exacta para mí? No la hay. Soy más de uno en un día. Al llegar al trabajo soy el más impávido. No me sorprendo con nada. Al salir de la cabina, algo egocéntrico y al mismo tiempo calculador. Al tomar el carro de regreso a casa un camotudo empedernido, que al cruzar miradas con alguna desconocida niña, ya está planeando cómo será su luna de miel y cuántos hijos tendrán. Al bajar del carro y en el trayecto a casa, mi burbuja se rompe con violencia al ver que el viaje a Aruba y mis engendros se fueron como agua de río: muy rápido.


Al llegar a mi agridulce hogar no hay nada más enternecedor que escuchar los improperios de tu cándido abuelo. Lo único que me queda es refugiarme, salir un poco de mi pusilánime realidad, cogiendo mi tabla e ir a surfear por la ambigua internet.


Las 6:30! Carajo. Tengo que alistarme! Ligera ducha y ya estoy. El Icpna me espera. Me subo en un carro hasta Wilson por cincuenta cents. La cara larga del cobrador se ve retadora, enojada, al punto de querer insultarme, pero a mí no me importa. Es la tarifa justa, aunque el alcabalero me quiera lanzar por la ventana de emergencia, yo estoy lo más tranquilo posible. Desde esa impasable avenida tomo otro troncomóvil hasta Angamos por una luca. Llego frecuéntemente temprano y doy vueltas con un pucho en mano, obviamente, fuera de mi centro de relax, perdón, de estudio (una vez prendí un cigarro en el quinto piso de ese lugar y un profesor neurótico casi me bota a patadas), y miro lo que me ofrece la ciudad: humo, emos, homos y demás. Un panorama nada envidiable.


7:50! Hora de entrar a clase. Suerte la mía por sentarme al lado de una arequipeñita linda, de mirada asesina, unos brackets recién insertados -pues, los dientes se notan desviados aún- y un celular que me aturde cada cinco minutos. El lapso en el que estudio es el más distendido. Me río de todo, gozo con los ademanes de mi bien alimentada Miss Paloma, disfruto con cada tipo raro que hay, pues en su rareza, veo un desatino formado, un posero ya cuajado... En fín, es su rollo y respeto su ridiculez.


El tiempo pasa rápido. Por la Holly shit! Las 10! Un frío cálido y un timbre impasable retoca mi afligido oído derecho. Al salir todo vuelve a la normalidad, los fantasmas -que, conmigo ni eso quieren llegar a ser. Debería decir: Almas en pena- retornan a mi inocuo pensamiento. Es tiempo de regresar a casa. Caminar de Angamos a Aramburú es, en cierto modo, desestresante, porque puedo pensar en todo lo que me pasó durante el día y hacer un desahogo mental. Admiro las calles solas, el espacio vacío, y contemplo mi psique en blanco a la espera ser tatuada con alguna gracia o fantasia.


Quizás esa vía grafica lo que soy, alguien ligéramente insustancial, que espera que algo (o alguien), lo deje absorto, fuera de si, y así, destruir la frialdad con la que se maneja. Soy un tipo que desea acribillar a su timorato yo, para dar pase a un reinventado ser. El mentado camino viene a ser mucho de mí. Ese tramo es corto, y yo no paso del metro sesenta. Ese sendero tiene muchos baches, y yo tengo muchas taras. Muy de noche, aparecen personajes disfrazados a dedicarse a su oficio lechucero, y a mí de madrugada me salen granos que se dedican a joderme al día siguiente. Los autos van velózmente, y mi mente lleva ideas igual de alocadas. En su naturaleza ese tramo se ve callado (a esa hora), y yo soy medio parquillo también. Pero, éste podría ser el mejor motivo, o al menos, el menos malo. Al terminar la caminata siempre miro con atención un cartel, que, por más que esté estático, lleva una simpática carita feliz, amarillenta, de ojos grandes, medio cojudona, pero ahí está. Es algo con lo que me identifico, pues asi me sienta peor que una garrapata rematada por tres furgonetas, siempre tendré una sonrisa acompañando mi poca afortunada cara. Siempre habrá algún motivo para reír. Siempre.


Puedo ser muchos a la vez, ser el más bipolar del mundo o sentir, valga la redundancia, mil sensaciones en 24 horas, empero, de algo soy consciente (pe', varón), si me frustró con lo que pasa en mi entorno, no tendré quién me levante. Si caigo por malas cosas, puedo quedarme en el piso. Si tan sólo pestañeo, puedo quedarme sin abrir los ojos. Así que por más que me sienta (y esté), solo, no tengo que fustigarme, sólo debo pensar en ellas, las que alivian mis pesares y aplacan mi mal ánimo. Las que siempre me encuentran aún sin querer que lleguen a mí. Sé que ellas siempre me serán fieles y estarán cuando más lo necesite. Ellas a las que les debo muchas horas de buena vida. Ellas, mis amadas "Música" y "Risa". No saben lo valioso que es tenerlas en todo lugar. Gracias por siempre despedazar mis negativas vibras. Las adoro.


jueves, 23 de abril de 2009

JUST DO IT!


Me estoy enamorando una vez más de la escritura. Espero que este amor si me consuma porque sé que es recíproco.


Edson