
Estoy relax, pensando en “ASZ” o mejor dicho, en qué escribiré sobre tal personaje. Ella, si, usted, estará algo reflexiva, maquinando o dándose ideas sobre lo que voy a poner, aunque me diga que no, sé que si. No se preocupe, no es nada grave.
Espero que no se moleste, señorita capicúa; espero que al leer este post, no me tire –virtualmente- una lanza enfurecida directo al corazón; espero que después de esto sigamos revueltos en ese único y dulce fin que ambos deseamos: Ser músicos, y de los buenos. Espero eso.
Para darle forma a este texto tuve que hacer una introspectiva en la bitácora de mis pensamientos. Me obligué a husmear en los historiales de conversación del "messenger" además de exhumar los bonitos mensajes de texto que aún, pese al tiempo lacerante, conservo. Y créame que me sentí en esos días de Octubre. Días preciosos. Me sentí volar por unos momentos con ese ícono "wow" que ambos conocemos a la perfección y que ahora no tiene el mismo valor que en aquellos mentados días del mes morado. O sea, que ese vuelo no duró ni 5 segundos y por ende me dolió la caída de narices desde tremenda altura. Believe me.
Yo le aconsejaría que tenga consigo algo de galletas, un poco de agua o gaseosa, o quizás chicha, pero no martini, porque podría quedarse dormida en el trayecto sin terminar de leer esto. Por favor, tiene llegar lúcida al punto final. Ojalá disfrute este posteo con esos suavizantes. Siéntese, póngase cómoda, rechine los huesos de las manos, relájese y de verdad, espero sacarle una sonrisa. En serio. De veritas, como diría usted.
Recuerdo haber paseado innumerables veces por esta página que prostituye el significado de amigo, llamada “Hi5”. Sin mucho que hacer, me puse a chequear la cuenta de mi hermana y vi a una persona llamativa, sonriente, con una mano bajo la barbilla y unos ojos grandes y candorosos, obviamente era usted; señorita capicúa ¿Quién más? Me llamó la atención y decidí entrar a su cuenta pero choqué contra un muro áspero y traicionero porque su página tenía una restricción de acceso. Recuerdo haberme flagelado contra la mesa después del quinto intento fallido.
Algo temeroso, decidí consultarle a Daniela (mi hermana) por algunos datos suyos, por su forma de ver el mundo, por ver cómo podía tomar una invitación de “amigo” a la cuenta social que antes mencioné, por ver cómo podía llegar a ser su conocido, en resumen, por saber cómo era esa persona que me impactó en una.
Me acuerdo que todo eso pasó de una manera rápida y alegre para mí. Cuando me di cuenta ya estaba agregada en mi caja colectiva-social (messenger). Fue un 12 de Septiembre y al verla como “no disponible” decidí no molestar, pero algo irrumpió mi silencio: mi hermana, quien me dijo que usted hizo el siguiente reclamo: “¿para qué me agrega si no me va a hablar?”. Yo me quedé con mi expresión de sorpresa. Algo así: ojos abiertos, cejas arqueadas, boca en círculo y respiración lenta. Muy estúpida mi actitud de sorprendido, lo sé. Medio confundido, solté un cohibido “hola” que fue el opening de toda esta historia. Luego de muchos días de charlas digitalmente divertidas decidí que ellas se conviertan en algo personal y así fue que la invité a tomar un café junto a mi pariente de cariño. Todo se dio como esperé. Uds. Si podían y ese 7 de Octubre fue Martes, en ese entonces, mi sagrado día de descanso. Yo estaba feliz, feliz.
Llegó el día y yo –sinceramente- estaba algo nervioso, pero un mañanero mensaje de texto calmó mi inquieta tensión. Fue una voz de aliento ante algo que estaba por pasar: una pequeña operación a mi “hija” Mapi. Ya no estaba nervioso, ni feliz. Estaba que saltaba en un pie. Totalmente aliviado y no existió ninguna reprimenda de mi abuelo que me haya podido detener.
Hice que la mañana pase rápidamente y tomé el carro que me llevaría a Plaza San Miguel. Sin regateos de por medio, pagué lo que indicaba la tarifa. Sin chistar, niño. Pague nomás. El lugar y la hora detalladamente indicados fueron: Zugatti a las 3 de la tarde. Yo llegué a eso de las 2:50 pm. Pero no vi a nadie conocido hasta las 3:10 (y luego la gente dice que la “Hora Cabana” ya desapareció).
Ya estaba jalándome los rizos por la espera y decidí caminar por ahí para ver si me cruzaba con las dos chicas citadas. Creo que no di ni dos pasos, volteé hacia una especie de puente que está contiguo a la heladería y vi a lo lejos dos féminas. Ambas con lentes, una lacia y otra rizada, tomadas del brazo entre si, ambas con jean y riéndose tranquilamente. Por un momento pensé: “¿Tan mal me he vestido que ya comenzaron con el concierto de risas?” Sólo con unos metros de distancia pude ver claramente a esa chica que las fotos me mostraron y esas risas que las charlas estáticas me dibujaron. Te vi como hasta ahora te recuerdo: con las manos juntas pegadas al mentón, con el cuello encogido por perfeccionar la descripción anterior, risueña, de mirada profunda y cálida y un cabello negro, lacio y hasta los hombros.
“Qué bonita”, inquirí mentalmente. Idiotizado (y vaya que si. Espero no haber sido tan evidente), tuve que reaccionar en el acto para poder saludar. Es así como caminamos los tres y fuimos a tomar un café y empezamos ese bonito día. Aunque lo de café, quedó sólo en palabras, puesto que no te gustaba tal bebida, así que un chocolate caliente con avellanas fue la mejor opción. Creo que fue la mejor propuesta que hice en años. Dos chocolates y un café, fue el pedido que no nos duró ni una hora, pero por el cual estuvimos cerca de cuatro de ellas en amena plática ante la amarga, desafiante y feroz mirada de las meseras que querían arrojarnos, cuales piedras al mar, fuera del local. Pese a eso me reí mucho. Jamás me había vacilado tanto en ese año y sobretodo, gratis.
Luego de escuchar los farfullos venenosos de los que nos atendían y ya con un invitado más –mi buen amigo, Gino-, salimos a ver lo que nos ofrecía dicho centro comercial. Recuerdo que fuimos a ver discos y –para mi desgracia- no había ninguno de Maná, ni siquiera en los que estaban de oferta, ni por casualidad, ni por error. Nada. Cosa que provocó, más aún, su risa ganadora, pues abundaban los cd’s de “Queen” y los de mi banda favorita estaban censurados. Hasta los del Grupo 5 pululaban cachosamente entre las más grandes bandas. Me sentí pisoteado musicalmente, Miss Capicúa.
Después de ello, salimos por el lugar equivocado y fuimos a dar a una pileta. Recuerdo haber hecho una broma referida a ella y mi celular y usted rió más que en toda la noche. El chiste fue pésimo pero me alegró su risa, en fin, todo es válido con tal de hacer reír. Luego fue tiempo de ir a casa. Nos embalamos con cinta adhesiva y cada uno a su hogar. Recuerdo que me salvó dos veces en el paradero, pues estuve a escasos metros de ser molido por custers asesinas. Recuérdeme, cuando la vea, que le debo veinte céntimos, porque mucho no se iba a perder.
La charla hasta Grau fue muy buena, hasta que tuve que bajarme del carro con una pena grandísima, pero un estrujón de brazos aplacó mi mala sensación, aunque esta hubiese podido perdurar si veía como me saqué el ancho por un bache traidor que me encontró desprevenido al bajar de la movilidad. Me salvé del roche, aunque no de la risa del cobrador, que si vio como me desparramé.
4 días después nos volvimos a ver, y la invitación no fue mía, sino suya. Ante tal acto yo babeé de la emoción. Yo era un ícono. ¿Qué icono?, era una carita feliz. Aunque no contaba que ese día se presentaría un cambio de sede previo y una amiga suya, que, cual cancerbera, estaba ahí, vigilando, viendo el mínimo detalle como para lanzarme del mirador de Larcomar, sitio a donde finalmente arribamos. Fue muy divertido. Desde el mocoso que odiosamente trataba de jugar con nuestras emociones para comprarle una “Fruna” hasta todo lo que caminamos por Larco y la Arequipa. Esa noche fue terriblemente genial. Aunque usted llegó tarde a casa y yo temía que su padre le lance una serie de gritos por los cuales era capaz de ya no mandarle, ni siquiera, un mensaje de texto por la vergüenza que eso me traería. Gracias a Dios, mi querido “Freddie Mercury” fue de lo más chévere y ello no ocurrió.
Sólo nos hemos visto 4 veces y de ellas la del 21 fue la mejor, creo yo. Todo, así, sin exagerar, todo fue alucinante. Recuerdo que tal día nos despedimos con una abrazo muy significativo, que trajo consigo un “ujum” producto de la sonrisa de esa acción. Hasta ahora la recuerdo, pero como algo anecdótico. También traigo en mis recuerdos que fue en un asiento de la Vía Expresa Grau y que cada palabra que trataba de formular era interrumpida exageradamente por los sonoros cláxones de las combis, micros o buses, que se empecinaban en hacerme pasar un mal rato, pero que no lo lograron.
(Si hasta aquí conserva el buen ánimo, señorita capicúa, todo bien. Tome un poco de su agua mineral o de la gaseosa que puse como propuesta).
La última y desdichada vez que nos vimos fue para “Halloween” o el “Día de la Música Criolla”, lo mismo da, ya que para mí fue una noche de brujas, pues sospeché que todo no andaba tan lindo como antes.
Lo que vino después fue una serie de desvaríos, de mensajes fríos en ocasiones, emocionantes en otros casos, conversaciones gélidas por “messenger”, noches pensativas y largas, interrogantes tan grandes como sus ojos y con un fin nada alentador para mí, pues, como ya es costumbre, salí aporreado ante todo ese panorama negruzco que vi crecer cada día de Noviembre.
No le miento que me llenaba los ojos; que la pasé espectacular con usted; que adoraba su sinceridad (asi ella me haya llevado de las orejas al psicólogo un par de veces); que siempre pensaba en como sería estar con una chica que se autoproclamaba, de la manera más graciosa, estresante; de tener que pasar por todas esas trabas que me señalaba, como para desalentarme, pero que yo –terco- estaba dispuesto a destruir; de lo emotivo que hubiese podido ser robarle un beso –siempre y cuando hubiésemos terminado igual de templados después de un tiempo prudente de salidas, sino, no me arriesgaba a la cachetada por nada- en el mismo lugar donde nos conocimos; de lo chévere que hubiese sido pensar en nosotros y a la vez en la música –santa madre nuestra-; de lo bien que me sentía cuando me decía: “R……to”. Hubiese sido lindo, pero todo se cayó como una torre de arena, todo fue de más a menos. Aunque ahora que me pongo a pensar –que milagro-, siempre es mejor terminar como amigos que como perro y gato. Todo se dio así porque alguien lo dispuso. Nada es casualidad. Quizás y pueda estar con usted en otra vida, porque en esta si quemé todos mis esfuerzos. El futuro que nos espera (ojalá que si), tiene un nombre muy bonito: Música.
Espero que se haya reído, señorita capicúa. Tome algo de líquido y digiera la cólera. Ja, ja, ja. Aguardo tocar algún día con usted en Londres. Un abrazo.
¿Se acuerda de esta canción? Una travesura del inexistente destino. Igual, Thank you.