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Dónde nos leen

lunes, 3 de enero de 2011

2010


¡Maldición! Fue lo primero que dije al no ver el post que le había compuesto, cual cantautor enamorado, al año que se fue. Se lo merecía, puesto que fue un conjunto de días geniales y un inoportuno virus hizo que todos mis archivos se borraran.


Con mi máquina ya rehabilitada, me convenzo que tengo que volver a escribir lo que me pasó en el 2010, año que comenzó muy mal, pero que, con el transcurrir de los meses vi (gracias a mis lentes supersónicos), como fue progresando de a pocos.


(…)


Coco, mi adorado hijo de cuatro patas, apareció el 12 de Enero, tras 15 días fuera de casa. Algo a lo que llamo “milagro”. Recién ese día reventé cohetes en la puerta de mi casa, tomé champagne y me puse una camisa amarilla, haciendo mías las costumbres estúpidas que mucha gente suele hacer por fin de año.


Después de eso, medité que la universidad era un tema pendiente para mí y, por fin, decidí tomar ese reto postergado. Este año, con solo unos días de preparación -tras la búsqueda expedicionaria de Coco- y con mucho miedo –mezclado con presión casera- rendí la dichosa prueba que constaba con 120 preguntas, de las cuales respondí, con confianza, la mitad. Las 60 restantes sí que me trajeron muchos desvaríos emocionales. Frases como: “Qué carajos es esto”, “Estas son preguntas de la UNI”, “Maldito Pitágoras”, “Si no paso la prueba voy a ser el hazmerreír de la casa”, se intercalaban cada cinco minutos en mis laberintosos sesos. Como la mitad de la prueba se basaba en números (¡¡¡INJUSTICIA TOTAL!!!), no me quedó otra que hacer la táctica de “Godines”: a la moneda. Debo reconocer que dicha treta sirvió, pues, si bien no estuve entre los primeros 10 lugares, sí me vi entre los 15 mejores… Algo que ni yo me explico.


(…)


Febrero vio el primero de los tres robos –impunes- que sufrí a lo largo del año. Recuerdo haber llevado a un mal herido amigo a la veterinaria (sí, era un can con una abertura grande a la altura de costilla derecha, al cual bauticé como “Mancito”. Supongo que por denominarlo así, el perro me habrá puteado con todo lo que le quedaba de fuerzas) para que curasen su terrible herida. No encontré al que, a la larga, cerraría su grieta, pero sí hallé a la encargada momentánea del establecimiento: Leslie. Al principio estaba más preocupado por mi eventual amigo, que se quejaba de rato en rato y que tras acariciarlo por períodos largos cesaba de gimotear. Como agradecimiento, recibía unas nobles lamidas del gran “Mancito”.


-“¿Es tu perrito?” – interrogó sorpresivamente Leslie.


- “No –respondí- lo encontré en la calle, abandonado a su suerte y no tenía corazón para dejarlo así, por eso lo traje”.


-“Ah, qué bacán. Pocas personas hacen eso.”


-“Lo sé.” Terminé la charla, cortante ante la llegada afortunada del veterinario, el cual lo revisó y atendió muy bien, suturándole el gran resquicio al otro día. A todo esto, mi idea era ir a medias con el doctor en los gastos del animal, pero me di con la desdichada sorpresa que tenía que pagar todo, lo cual –con rebajas, descuentos, regateos y súplicas de por medio- prometía una suma nada baja. Pensé en el can abandonado, pensé en “Coco y Camus” (mis oficiales hijos), pensé en todos los animales de las calles y dije para mí: “`Ta mare’, estoy gastando plata que no tengo. El examen me salió caro, la matrícula de la universidad y el primer mes de pensión le han sacado la mugre a mis ahorros, pero quizás ésta sea una forma de pago a la suerte que he tenido en este lapso. A la mierda, “Mancito” es un buen perro.” Tras el análisis y la aprobación al pago, vi una sospechosa sonrisa en el veterinario. No me quiero ni imaginar por qué. Whatever.


En todos esos días, Leslie y yo cogimos cierta afinidad: salíamos a comer, nos mensajeábamos o llamábamos, estábamos con cierta inquietud uno respecto al otro, pero, al menos por mi parte sólo quedaba en eso: sana inquietud. Admito que alguna vez puse como pretexto ir a ver al convaleciente cuadrúpedo, para –en realidad- verla. ¡Vamos! ¿Quién no ha hecho algo así?


Un día –lamentablemente para mí- soleado, me citó en un parque cerca a la veterinaria para conversar. “Ya, chévere. Voy”, le contesté. Entre tanta y tanta cháchara, risas y abrazos, vi a una Leslie suspicazmente segura por hacer algo. Se paró para luego volverse a echar en el pasto donde nos encontrábamos y sin dudar me estampó un beso certero, rudo y descontrolado. Yo, absorto, me vi entre unos poco delicados masajes labiales y la gracia que me provocaba pensar que había tanta gente alrededor viéndonos. Al terminar, no me quedó otra que reírme, pero no de ella ni del arrumaco. En realidad no sé ni por qué me reí, pero lo hice. Acto seguido, ya estábamos besándonos nuevamente.


Así pasaron unos cuantos días. Llegó mi cumpleaños y fue el último día que la vi. Después de un par de semanas geniales –y sin formalizar nada, a mutuo acuerdo-, llegó el 28 de Febrero, cumplía 22 y la pasé con ella comprando, hueveando, rozándonos. Fue el mejor cumpleaños que tuve en mucho tiempo. Al día siguiente empezaba la universidad y sin tiempo para nada, dejé de verla, perdimos contacto y todo se –a lo Fujimori- disolvió.


Ya instalado en la universidad, conocí a Fiorella, una chica de mirada preciosa, pero que a simple vista no me llenaba mucho los ojos que digamos. Mi fijación iba más por Milushka. Ambas a la postre se harían muy amigas. Ese gustó hacia la segunda fue creciendo conforme me olvidaba de Leslie y un día decidí contárselo a la primera, sin imaginar que la había zurrado –sin querer y sin saber- magistralmente. El día de la confesión sentí un tenue desánimo de parte de Fiorella, el cual tenía una razón muy, no sé, extraña: contra todo pronóstico, yo le gustaba.


El pasar de los días hizo que la fijación que tenía se desinfle, cual globo, porque con quien tenía ligera aproximación era con “Fío” y eso jugó no sé si a mi favor o en mi contra. Como el contacto era mucho más frecuente, me fui enganchando (sin querer) y terminé enamorándome de ella, aunque había cometido un delito grave, insufrible y por demás pendejo a esas alturas del partido.


El último mes del primer ciclo, ella se mostró distante y yo me sentía afectado ante la asolapada desatención. Ante tanta indiferencia, decidí decirle lo que me pasaba, pero si lo hacía en la semana previa a los finales, la iba a joder horrible, porque la concentración que debíamos tener para las pruebas la iba a mandar, sencillamente, al diablo. Así que me esperé hasta el último día de finales.
Si mal no recuerdo, el examen con el que terminábamos el ciclo era de matemática, así que entre cálculo y cálculo, entre las ganas de querer retroceder el tiempo miles de años y golpear mortalmente a Pitágoras, se me cruzaba Fiorella, quien terminó la evaluación rápidamente y se mandó mudar sin prestarle atención a los quecos que hacía silenciosamente para que se quede. El que sí tomó con descortesía mis maniobras fue el profesor: “Una más y te anulo el examen, Cholán”, palabras que tomé, asentando la cabeza con algo de arrepentimiento. Terminé, salí, la llamé y no contestó. Nos vimos en la fiesta de fin de ciclo, pero cuando mi sonrisa se comenzaba a dibujar, ya se había ido ante una inoportuna –para mí- llamada de su buenagentosa mamá. Renegué conmigo mismo.:“Puta madre”.


Al final de todo se enteró de mi agrado por una carta. Si la fregué o no, escribiéndola, sólo ella lo sabe. En las vacaciones nos vimos, me confesó que alguna vez le gusté, pero con lo de Milushka, este gusto se esfumó y como era comprensible, mis ganas por agarrarme a cabezazos contra la pared eran notorias. Alguna vez fuimos al cine; alguna vez -en el transcurso del segundo ciclo-, me besó cuando menos lo esperaba; alguna vez me dijo para intentarlo, alguna vez se arrepintió de todo y muchas veces me dejó con el corazón hecho añicos. La cronología de este amorío inconcluso está en los tres últimos posteos de este blog y que por motivos de flojera, no puedo resumir. Este fue el segundo robo de este año: un par de besos dulces que alguna vez en la vida quisiera repetir, pero, ya no asumiendo el papel de víctima, sino, el del ladrón sinvergüenza.


Noviembre hizo que me asalten por tercera vez. Fue algo no tan memorable, quizás porque aún seguía templado de Fiorella. Lo más resaltante de aquella vez fue que estuve a punto de irme a la cama, por no decir tirar, con una excompañera de colegio, la cual estaba muy apetecible. Ya con demasiados tragos encima y con la calentura del asunto, nos pusimos medio alegrones, pero –no sé si por buena o mala suerte- siempre guardo algo de cordura así esté con tragos encima o a punto de llegar al estado etílico más patético, y al final no pasó nada. Nada porque no traía un condón conmigo y a esa hora (5:30am aproximadamente) no había una farmacia cerca y, peor aún, cuando estaba yendo a la reunión me di cuenta que el “Repshop” más próximo estaba en reparación.


Recuerdo haberme lamentado como nunca, recuerdo haber pateado el surtido refrigerador un par de veces, pero así: sin protección de por medio, ni cagando. “Falla algo y me jodo”, recuerdo haber dicho como consuelo. De repente (y es lo más, terroríficamente, probable) haya quedado como un soberano rosquete ante “V” y quizás, también, ante los que lean esta entrada, pero, carajo, no me veía cambiando pañales a los 22 años, dejar la universidad y privarme de conocer –algún día- Buenos Aires y Londres por una madrugada de sexo. Sin ganas de justificarme, seguro algún día contaré la revancha que tuve.


(…)


En lo laboral fui de menos a más, pasé de trabajar en GRP (Grupo Panamericana de Radios) al Grupo RPP y no me puedo quejar: hago lo que me gusta y encima me pagan, y si eso no es tener suerte, no sé qué otro rótulo ponerle.


En la chamba conocí gente excelente que en poco tiempo se ganó mi confianza y –quiero creer- yo la suya, también. Espero complementar la universidad con el trabajo e ir trepando, cual saltamontes y a la velocidad que sea, en la empresa donde ahora trabajo. A Dios gracias, estoy en el lugar en el cual también labora la chica que me llama por demás la atención y que es homónima de una de las chicas que mencioné –o agravié- antes. SUERTE.


(…)


En lo familiar, afiancé lazos con mi madre. Hoy más que nunca sé que no podría vivir sin ella y eso me hace sentir muy bien, de a pocos le daré lo que quiero para ella. De a pocos. También endurecí los motivos consanguíneos con otros tantos personajillos caseros y a otros simplemente los quiero mandar al sol con pasaje de ida solamente, puesto que considero que la hipocresía familiar es el peor bicho que existe, así que alejados de mí, estarán mejor.


- Mi viejo está en Chiclayo y recién este año he sentido que lo extraño bastante. Ojalá me alcancen los recursos para repatriarlo a casa lo más pronto posible.


- ¿Coco y Camus? Los amo con cada fragmento de mi corazón.


En cuanto a mí, creo que el hecho de escribir, bien o mal y de cuando en cuando, me relaja un mundo. Lo que pretendo es que los que –heróicamente- soportan leer un post, se rían. Espero haberlo conseguido alguna vez.


Ya estoy perfilándome hacia lo que voy a ser. Sé a dónde llegar y sé lo que quiero. Habrán muchos cabrones bultos en el camino, pero cuando no los hay no se muestra interesante la vía, así que bienvenidos sean. Tienen licencia para joder.


(…)


Creo que olvidaba la universidad. Lo que más me satisface fue haber aprobado de buena forma (con negreras amanecidas y todo), Teoría de la comunicación de la terrorífica Zoila Guzmán. Aquel que no haya pasado por sus manos estando en la facultad de Ciencias de Comunicación de la San Martín, no ha sentido el miedo. Todos a los que interrogo por ella, tanto en el trabajo como en la misma universidad, ponen una cara de recelo, acto seguido, corren despavoridos. También pasé Estadística, curso que de antemano ya daba por jalado, pasé con lo mínimo –y con ayuda-, pero pasé, a pesar que el desdichado score hizo que todo mi sacrificado ponderado baje considerablemente. Al carajo: No jalé nada.


En resumen, este año reí, lloré, gané, perdí, maduré (algo al menos) logré muchas satisfacciones –a diferencia de Mick Jagger: “I can’t get no satisfaction”-, amé, me trituraron el corazón (pero aprendí de ello), engordé, me corté -a regañadientes- la larga cabellera, conocí gente excelente y, sobretodo, siento que di el primer paso hacia mi ansiada realización personal. En el 2011 me espera Buenos Aires, ciudad en la que nació mi ídolo Gustavo Cerati, al que vi en su último concierto en Lima.


Gracias, Dios por haberme dado un 2010 tan de puta madre.


Un año tan bueno como esta canción.

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