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Dónde nos leen

miércoles, 7 de septiembre de 2011

5 y 1... Escenas y consecuencia


Escena 1:

Me vi llegando a casa, apurado, sudoroso y algo cansado. Además de preocupado, pues el celular en el camino murió (dícese, en buen cristiano, de que se le acabó la batería, pe’, varón) y no supe nada de Nelly –aquellos abnegados devotos de este blog, saben que ella es mi madre- en todo ese Miércoles difuso, nublado y con clima poco amigable, día en el que tenía un coctel con gente de la chamba.

Estuve en mi hogar, me probé un terno como para la gala que tendría en la noche. Me vi en todos los ángulos –creo que mal no se me veía, al menos, no como siempre-, encontré la corbata, lustré las tabas, desempolvé el pantalón y a la ducha.

(...)

De un tiempo a acá, he sacado la conclusión de que bañarse en mi casa es un acto de hidalguía, heroísmo, pues, el agua cae tan congelada como si me estuviese bañando dentro del congelador de mi refrigerador. “Bueno, señor, se aguanta –me dije-, la terma murió hace mucho”.

El heroísmo me dura 15 minutos y salgo cual adoquín.

(...)

Bañado, secado –dizque- arreglado y algo resfriado, me di con la sorpresa de que la corbata no tenía nudo (¡oh, no!). “Puta madre. Yo en estos avatares de nudos formales soy tan bestia como cualquier postulante de comunicaciones de la Garcilazo tratando de resolver un examen de la UNI. Me jodí”.

Perdí la cuenta de cuantas puertas de vecinos toqué, implorando -con la voz casi quebrada y en el peor tono de súplica-, preguntando quién rayos sabía hacer un nudo. La negativa me cerraba la puerta en la cara. Hasta que llegó un tipo bonachón, al cual saludo siempre, pero del que no tengo registrado su nombre. Arribó él, en su espectacular camioneta, todo un empresario exitoso, con la media sonrisa confiada. Llegó y lo abordé con la repetitiva pregunta del millón: “Disculpe, señor, ¿Sabrá usted hacer un nudo de corbata?”, a lo cual él, muy gentilmente, me dijo que sí, causando en mí una emoción extraña.

Vi que el tipo sufrió, vi que se peleaba con sus manos, estaba ahorcando a una serpiente, lo vi sudar, escuché algo así como una madición hacia la corbata, cuando finalmente y después de tanta pirueta, ahí estaba: pulcro, lindo y hecho: el salvaje nudo que me hizo recorrer la calle entera. Las gracias del caso y zafé a casa nuevamente.

Listo, esperé a Nelly y la vi llegar. Y la vi llegar un poco agitada, pero no me importó y le estampé un abrazo interminable y le dije que la amaba, le dije que es mi heroína y ella me regaló una barra de Halls -linda ella- y me dijo que no regrese tarde besándome la frente.

(…)

Tomé el taxi hacia el Westin, todo formal, algo ansioso y ya con solo 3 pastillas de Halls. Debo agradecer al taxista que estaba escuchando –aunque usted no lo crea- a The Beatles. Me hizo la tarde ese buen tipo. Llegamos, hice un reconocimiento de terreno y di media vuelta hacia la casa de ella: “The princess of that night”.


Escena 2:

Del Westin a la casa de “V” no hay mucha distancia: 5 ó 6 cuadras aprox. Pero, igual, yo no quería caminar. Paré incontables taxis y no deseaban –los jijunas- agarrar la avenida que da a su hogar y, caballero nomás, tuve que latear esas cuadras. Latear con zapatos y latear con la bendita bulla de la hora punta de la ciudad, con el humo que pulula y me contamina la existencia. En fin, todo era nada con tal de verla después de un buen tiempo y valió –bastante- la pena, valió la lateada, valió llegar, tocar el timbre, subir, saludar a su abuela (buenagentosa ella, por cierto), hermano y a un conocido.
Valió la pena estar un poco nervioso, para después quedarme absorto (más) y emocionado (un tanto más) cuando ella salió, deslumbrante, espectacular y –bah, cualquier adjetivo queda chico para describirla tal noche-. Simplemente preciosa.

No recuerdo muy bien lo que dije en ese momento, pero sé que no fue bien vocalizado. Dije cualquier paporreta porque quedé sin argumento alguno al verla. Reaccioné, mis sentidos volvieron en sí, mis latidos frenaron un toque y desempañé mis lentes ya algo mesurado.
Ahí estaba ella: frente a mí, guapa, vestida de negro y con un ánimo alucinante. Ahí estaba yo: frente a ella, aún algo atontado, increíblemente bien peinado, tratando de decir cualquier cosa razonable para romper un poco el hielo y bajar mis decibeles. Ahí estaba su abuela: a un lado nuestro, buscando una ¿gargantilla? para ella, sonriente y siempre conversadora. Me encantó esa escena.

Edson y “V”. “V”y Edson. La abuela y ambos. Cuando por fin la abracé, hablamos un rato y todo tomó el curso normal de la noche. Salimos de su hogar con la previa advertencia de: “No vengan tan tarde, por favor”, de parte de la señora de ojos cálidos, a lo cual respondí: “No se preocupe, señora. No llegaremos tarde”. Ambos, uno al lado del otro, ella reprochándose a sí misma por haber olvidado su cámara y yo en mi estado de estupidez, tomamos el taxi rumbo a la reunión, ya sin “The Beatles” de fondo, lastimosamente para mí.


Escena 3:

Una vez allí, ella preguntaba si iba a haber algún inconveniente con su acceso a la sala, puesto que ella no trabaja en el Grupo y esta reunión estaba dirigida a las “piezas clave” de la empresa, a lo cual respondía siempre,confiado, que no. Dicho y hecho, no hubo impasses (¡¡¡Ufff!!!).


Adentro, veíamos como la sala se transformaba en un campo de concentración, en un hacinamiento, en un lugar en el cual cada vez más se hacía inexistente la discreción. Llegó la hora de lo protocolar, de los discursos. Uno a uno, fueron desfilando y hablando los dueños y gerentes de la empresa. Tuve –tuvimos- que aplaudir -arregañadientes- a cada uno de ellos. Acabé con las manos algo hinchadas de tanta palmoteada.

Después de las cabezas de la radio, siguieron las personas representativas de cada emisora. A los únicos que les di mis sinceros aplausos fueron a Adolfo, el Chino y Regina Alcóver.


Lo más entretenido dentro de todo eso, fue que cada cierto rato cruzaba miradas cariñosas con “V”. Por ratos subía al cielo, pero regresaba al tener que escuchar más aplausos a gente que ni conocía y decir mentalmente “¿Dónde estoy?”. Flanqueado por ella a la derecha y my brother Galo Castillo por izquierda, los minutos protocolares se iban acabando y cuando menos sospeché ya estábamos con algunas copas en la mano. Por fin: ahora sí empezó la noche. “¿Dónde hay más trago?” repetía en mi mente cada 5 minutos.


Escena 4:

Vi llegar a Renzo Álvarez y Yuri Cossio. Los vi llegar abrazados, los vi a la distancia y mientras más se acercaban a donde estábamos “V”, Galo y yo; más notábamos sus caras de felicidad por encontrar al grupo por el que sentían más afinidad (me pareció en algún momento verlos de la mano, pero es un tema que no trataré en este cajón virtual. Punto).
Abracé a Renzo, como si lo hubiese visto después de un tiempo larguísimo. Y lo abracé fuerte porque lo quiero, porque es mi hermano, porque es alguien confiable. Triste fue mi sorpresa al ver su terno salpicado de vino. Del vino que yo tenía en mi copa y que por la efusividad, este se dio un apasionado ósculo con el, hasta entonces, impecable saco de mi tan estimado amigo. Y si no me dijo nada, es porque -recién- al leer esto, se está enterando.

Los tragos y los bocaditos pasaban. Los tragos: uno más rico que otro. Los bocaditos: uno más feo que el anterior. Pasaban y pasaban. “V” y yo íbamos a la caza de ellos cada vez que podíamos. O debo decir, yo iba detrás de ella que a su vez iba detrás de los bocaditos. No sé. Creo que estaba feliz y eso es lo que importa.

Luego de un buen rato, ya se iba notando la fuga masiva de algunas personas. El lugar estaba reducido a alguna gente de Studio 92, algunos de Oxígeno, algunos individuos que jamás en mis 11 meses trabajando aquí he visto, pero que estaban tan o menos presentables que un papel pisoteado en un mercado, es decir, estaban hasta las huevas de borrachos. Por ahí estaba alguna chica amigable de Marketing, quien hizo una conexión genial con “V”, al punto de entablar una cháchara de la que “The princess of that night” bien puede salir beneficiada. Sinceramente, eso espero.


Harto brindis, harto cheers, hasta que dieron las 11:30pm y mi grado de alcohol etílico aún me permitía estar cuerdo, aunque por cierto rato perdía tal cordura al ver a “V” fijamente a los ojos. Time to go.


Escena 5:

No tenía ni un gramo de hambre, nada. Mi estómago estaba dormido. Aunque algo en mis papilas me pedía alimento, pero el dichoso estómago estaba amodorrado en sí. “V” y yo, buscamos a Galo, pero aquel hombre canoso y buena gente, había emprendido carrera a casa o a ver a su “mona” (podría apostar que a lo segundo).

Ella y yo, ya en un sitio cercano, acomodados en los asientos con nuestras hamburguesas al frente. Yo sin mucha hambre, pero haciéndola de mozo de vez en cuando –aunque me gustó pasarle el kétchup a una flaca tan linda-, estaba ahí más por ella que por mí. Me gustaba verla, me gustó escuchar la ternura de cómo le habló a su madre cuando la llamó, me gustó recoger la tapa de su ¿delineador de ojos?, me gustó decirle que estaba preciosa –total, era una gran verdad-, en fin, me gustó. Esa noche me gustó.

Ya de salida, ella con mi saco y yo ya con frío, cogimos el carro a su casa (por Dios que no quería despedirme). Llegamos y en una de mis tantas taras, el libro de recuerdo que me dieron, terminó por el suelo y yo quedé entre recogerlo y despedirme. Lo único que pensé fue patear el libro y quedarme con ella. “V” sonrió y todo el estado de memez volvió. Ella me abrazó y cerró su puerta. Yo me fui, pero no la saqué de mis ojos por un buen rato. Me encantó… y así pasó.

Las 12:00am. Cenicienta está ya en su castillo y el deseo de la abuela por verla antes de un nuevo día estaba hecho. Del grito del que me libré.



Consecuencia:

“V”, te conozco algo más de medio año y siempre me gustó tu sonrisa, aún cuando nunca antes me había cruzado contigo. Varias veces te lo he dicho, pocas veces de frente, muchas en Facebook, algunas en Twitter y lo bueno es que lo sabes.


Siempre hemos quedado en hablar un par de cosas y terminamos hablando un impar de otras, siempre hemos quedado en salir a algún lado y terminamos yendo a otros. Siempre he creído que el morado te quedaba muy bien, hasta que te vi de negro. Siempre supe que Alejandro tenía una hermana, jamás pensé que fuese tan bonita.
Siempre quise ir contigo a "Z-Café" y espero que más tarde -¡¡¡por fin!!!- se dé.
Por ahí, alguna vez quise bailar contigo y –aunque fuese latin- lo hice… y lo hicimos bien. Siempre fui un afanado al Facebook y me cambiaste al Twitter Siempre me viste informal y, aquella vez del tono, salí de lo pagano: formal al fin.

Siempre te dije que eras linda… Me equivoqué. Eres preciosa y la consecuencia de todo ello es que te quiero un mundo.

(…)


"Al empezar el texto no sabía qué forma darle, lo único que sabía era que podía delatarme... y creo que adrede, lo hice" - by Edson

“Los hechos dicen mucho más que las palabras. Siempre lo digo y lo seguiré diciendo todos los días” - by “V”


Song of a Special day

viernes, 6 de mayo de 2011

...y ella siempre estuvo conmigo





El hecho que hayas estado durmiendo con tu mamá (seguro tan linda y buena onda como su hija), justifica que no me hayas contestado las 20 veces que te llamé para saludarte por los 23 (oh, sweet 23). Me iba por el intento 21, pero me timbraste, te llamé y así se fueron mis 5 soles de recarga que hice sólo para llamarte (porque no suelo llamar a nadie, a menos que sea desde la radio porque no gasto nada). Se fueron esas 5 lucas, pero quedaron muchas cosas, mi estimada. Muchas.




Veintitrés 6 de Mayo han pasado ya y han formado a una gran mujer que tengo la suerte de conocer, de tratar y de querer. 23, Lúcar, llegaste a mi edad, eres un poco mayor en calendarios y almanaques que ayer, pero eres –de hecho- más madura que cualquiera de esta edad, aunque has perpetrado –y agárrate- desplantes “jodidos-graciosos” (como aquel de inicio de año por el cual siempre te diré: “eso no se hace”). Aunque igual me revolqué de la risa. Risa cruel, risotadas insensibles y biengeniudas que siempre suelto cuando estoy contigo. Todo sea por la sana mofa, ¿no?






Cuando recién te conocí, no sé por qué (y esto sí es una ligereza de mi parte), pero no me caías. Y te lo he dicho, y se lo he dicho a quienes conocemos y también te dije que fui un grandísimo imbécil por ello. Carlita, ahora cómo no me vas a caer si has estado siempre conmigo. En las difíciles, en las fáciles, en las negras (como tú comprenderás), en las blancas, en las soleadas y las nocturnas. En todas. Cómo no agradecerte toda la buena vibra y las carajeadas cuando casi me quedo sin trabajo, cuando me abrazas cuando me siento hasta las huevas y me dices que todo va a pasar, cuando estás siempre para decirme que juntos seremos grandes y que los problemas se van, pero que quienes están a tu lado en esos momentos, quedan. Y da la casualidad que siempre estás cuando me aflige algo, y convéncete que será igual cuando me necesites. Cómo no alegrarme por tenerte cerca. Sería más ingrato de lo que ya de por sí soy (no más que tú, por supuesto).



(…)



“Oye, ¿vamos aquí?”, respuesta instantánea: “Vamos”. “Oye, ¿vamos allá?” – “Vamos, mi nube”. Nunca me has dicho no y eso se agradece, excabeza de racimo de uvas, exVicky Loson y actual chica “Expreso”. Esto lo sintetizo al toque: El día de la sorpresa a mi madre en la que te necesitaba, debía tener tu asesoría, porque de línea blanca sé tanto como de estadística: ni un carajo. Y estuviste ahí, un Jueves Santo, comprando conmigo, aunque llegamos sin regalo a mi casa, pero lo mejor fue que te diste “todo el tiempo” para este escribas bloggero. Gracias.



De hecho que terminé por desterrar todo eso de que no me caías en mi cumple. Sabes que fue mi peor mañana-tarde, pero gracias por estar ahí, atrás mío, debajo del sol y detrás de tus oscuros lentes. Gracias por hacerme el día más tratable, menos tedioso, más y menos soleado (porque detesto el sol, pero contigo se me iluminó el día ante todo el trámite universitario) y por el buen almuerzo en Miraflores, almuerzo que significó que el mozo nos hiciera acordar a alguien medianamente célebre, pero que nos hizo reír al verlo reflejado en el tipo con mandil y vianda. Me hiciste el día, Lúcar Roncal. Tus 23, a comparación de los míos, tienen que ser buenos en todos los minutos del día. Desde la hora en la que el reloj marcó las 00:00, pasando por este instante (04:20’:30’’) en el que debes estar jateando al lado de tu visita esperada y hasta que den las 23:59.




Viajera peregrina, te has ido a Cusco, has ido a muchos lados y no me has llevado, pero es más que cierto que en diciembre –Dios quiera- te llevo y me llevas a la ciudad de los Buenos Aires, la ciudad de la furia. Nos vamos como dos buenos mochileros a la aventura. Aventura que para mí, al menos, acabará 10 días después de arribar porque me estarán reclamando en la radio cual mesero a su mesa, cual escritor a su pluma.



(…)



Espero que te guste esta entrada, no suelo escribir mucho de personas en particular, pero, da por hecho que este post te lo debía hace rato y espere hasta este día para escribirlo. Gracias por siempre estar conmigo así estés lejos o respirándome en la nuca.



Bueno, me tomé unos minutos para graficar todo lo sencillamente genial que puedes ser. Feliz cumpleaños, mi fotógrafa favorita. Tan leal como la lluvia a su ‘nube’. “Te quiero mil. Siempre”, Carla Lúcar.

miércoles, 13 de abril de 2011

¿Qué falta?

Nunca creí que una canción me haría sentir de la forma en la que me estoy sintiendo. Siento algo de vacío. Carajo, Bono, no me hagas esto. Es espectacular tu canción, la estoy cantando como desaforado: “But, still haven’t found what I’m looking for…” 1, 2, 3, mil veces y por ahí que me invade la melancolía, que no debería. Siempre que me pasa esto juego con ella. “Sra. Mela, aquí no puede estar. Mi estado de ánimo está perfecto, así que a otro lado a hacer travesuras. No la quiero cerca de aquí.” Esta tipeja ni me aviso que vendría y cuando llegó no puse resistencia y ya se instaló entre mis emociones y mis pensamientos. Puta madre, tan bien que estaba.



No le encuentro forma ni fondo a esto. No sé por qué estoy así. No sé si me estaré volviendo bipolar, no sé si el "Red Bull" habrá tenido un efecto colateral, no sé. Hace unos 10 minutos estaba de lo más normal, hablando de radio con mi estimado Irwin Porcel y ahora me encuentro escribiendo esto que no tenía planeado redactar, pero que me tiene acá, frente a la pantalla, con la cabeza gacha, medio pálido. De repente, mis dedos y mi mente se emanciparon del resto de mi cuerpo y están gobernando a placer, regocijándose al verme esclavo, al verme teclear, al verme sentadazo como un cojonudo.



Tanteando sobre qué es lo que me puede estar afectando se me ocurre que “ella” podría haber resucitado en mi sistema y automáticamente me recrimino: “¿Ella? No creo”. Si mis sentimientos no me han engañado, ya lo que sentía por ella debe estar metido en una caja, en el sótano de mi conciencia, debajo de otras cajas pesadas, con telarañas y ratones, sin tener oportunidad de poder salir y revivir. Ella no es, no hay forma. La estoy viendo seguido, de vez en cuando me congela con su mirada, pero no es lo mismo, ya la veo con otro pata y no me jode en absoluto. Si mis cálculos no fallan y si ninguna caja del sótano se ha movido, lo que sentía por ella yace inerte en la caja olvidada que construí a punta de puta cólera. Ruego que todo en el sótano esté estable. Hasta el momento no me he percatado de ningún “sismo” que haya perjudicado mi paz emocional, así que me mantendré en mis cabales, aunque sigo con un misterio sin resolver.



Alguna vez leí que sentirse triste tiene su lado placentero. Mis primeras palabras fueron: “Ni cagando”, pero puede que sí. De cierta forma algunas veces tenemos la necesidad de estar con cierta pena encima, porque si en la vida fuese todo alegría, no tendría nada de emocionante. Tantas veces he visto a gente que se refugia en la tristeza, pero que luego vuelve a su realidad. Estaban ahí para analizarse, para conocerse -porque no te encuentras contigo mismo ante algo sencillo, sino ante una postura difícil- y me imagino que eso debe ser lo rico de encontrarte con la congoja, que al menos tienes noción de quien rayos eres tú. Qué estás haciendo por ti y cómo ideártelas para salir de ese estado de desánimo. Pero, ya me he ido del vacío a la tristeza y, sí, tiene nexo, hay enlace. Fácil estoy con pena (menor que con la que empecé a escribir) porque algo falta, alguna figura le falta a mi álbum, aunque no sé cuál. Tengo que hacer un inventario para ver qué es lo que no tengo aún. Es increíble, si no escucho esa canción de U2 y no analizo la letra no haría esta reflexión. Música, me has salvado tantas veces, que una vez más se recontra agradece. Lo único que no quiero que me falte es Dios y mi madre. A revisar mis segmentos se ha dicho y a pegarle al meollo de mi pusilanimidad por joderme los minutos.





*Temón al que hacía referencia

martes, 22 de marzo de 2011

Días raros

23 años, 67 kilos, 166 centímetros, una fachada nada envidiable y muchas ganas de sacarme la mugre tanto en la universidad como en el trabajo. Un año más, un 28 de febrero más pasó y relegó a los buenos 22 que tuve.

(...)

El día del cumpleaños de este escribas no se lo deseo a nadie, al menos la tarde de esa data, no. Fue horrible, pendejísima, soleada, caliente, acabé con la piel hecha trizas por el insufrible sol, terrible. No pude matricularme en la universidad en los días previos por problemas financieros (pagarle a medio mundo las deudas que arrastraba del año pasado. Sólo a mí se me ocurre hacer un préstamo para pagar otro. Un genio, yo) y justo ese bendito Lunes, día de la última opción, estuve en la correteadera de ir a la facultad a que me den un recibo, ir al banco a pagar, regresar a casa por un papel que había olvidado, retornar nuevamente a la facu para que me digan que debía estar en el local contiguo para escoger mis horarios, entrar allá, ver –con pena- los horribles -valga la repugnancia- horarios, secarme la frente del sudor, arruinar mi preciado polo de la selección de Holanda, acabar molido ya con los cursos prometidos y terminar odiando ese día. Hasta que me di cuenta que cumplía 23 (un año más viejo) y que no tenía por qué estar haciendo paté mi hígado. Así que me animé, sonreí, me lavé la cara y llamé a mi querida Carlita Lúcar. Carla, me mejoraste el día logarítmicamente. El almuerzo estuvo excelente. Muchas gracias desde esta humilde escotilla de internet.


(...)



Arranqué la universidad al otro día, con muchos ánimos, con ganas de hacer bien las cosas, aunque todo ese entusiasmo contrastó con el del profesor de turno que dictaba un curso tan entretenido como una carrera de tortugas. Toda mi energía inicial se resumió a la de un paciente de hospital precario y con 20 diazepam encima. Llegó el fin de esa clase de Relaciones Públicas y pude saludarme con todos los somnolientos compañeros que encontré conscientes after class: Tatiana, Lenin, Karyna, Víctor. El resto nadaba en su mar de sueño aún.

(...)

Por estos días también vi a mi hijo Camus enfermar. Ya hace como un mes lo notaba toser, pero esa queja se agravó con un jadeo prolongado. Jadeo que me asustaba cada vez que veía su lengüita azul, medio morada, por falta de oxigenación. Confieso que cada vez que pasaba eso el corazón se me congelaba y sentía un miedo espantoso y por ahí, alguna vez, he llorado porque no deseo que le pase nada malo. Me moriría de la tristeza. Con tantas visitas a la facultad de veterinaria de San Marcos, a causa de esta aflicción canina, amenazo con salir de ahí graduado. He aprendido mucho en ese lugar pacífico y debo agradecer a los médicos que están atendiendo a Camus. Gracias por la paciencia, confío en la mejoría de este pequeño de tres años con facha de 30. Te amo, hijo. Tenemos que lucharla.

(…)

Por estas fechas también tengo que agradecerle mucho a mucha gente de la radio, gente que me ha ayudado después de una amenaza formal de despido, personas que me vieron ir de aquí para allá, defendiéndome y apoyándome en la tarea de retener mi trabajo. Gracias Adolfo, Chino, Arlett, Luiggi, Marli, Carlos (Palma), Curioso, Luciano, Soledad, Cecilia, Daniel, Daniela, Edgardo, Angee, Mauricio, Héctor Felipe, “Buba”, Yuly, César, “Coco”, “Pepefé”, Toño, Leslie, Vicky, Regina, Yuri, “Yuyos”, Ríchard, Diana, Renato, Bianca, Julito. Los tengo siempre presente en mis oraciones. Gracias.

(…)

Ya para cerrar, ayer conocí –ya formalmente- a Valeria, hermana de un compañero mío de la universidad. Todo me pareció tan ocurrente porque si él se entera de la salida me mataría, por decirlo menos. Muy aparte de eso, me pareció extraño también porque esto de la salida se dio de la nada: “Oye, hay que salir el sábado” – “Ya, bravazo. Vamos a conocernos”. Y así pasó. Un par de semanas conversando buen rato por el chat del facebook (que es una sonora tragedia), otras tantas chateando vía “Messenger” y nos encontramos anteayer.



Cuando llegué al sitio acordado -Café Z- y vi que no entrábamos y seguíamos caminando, previo saludo (previo susto de su parte), sospeché que tenía que empezar a olvidarme del Mokka que venía saboreando imaginariamente en el camino. Caminamos y caminamos, por allá, por acá, por el malecón, por el puente Villena, por Larcomar. Y justo ahí, en Starbucks propiamente, con 2 Frapuccinos y un par de “blondies” charlamos horas de horas.




Valeria, misma paciente y yo, fungiendo de psicólogo. Valeria, confesándome sus desvaríos amorosos y yo, gritando para mí: “que imbéciles estos jijunas (el mago y el vecino)”. Valeria, abriendo los ojos, expresando sus vivencias y yo, sorprendido por su madurez a su edad. Valeria hablándome de su fascinación por los carros y yo, contándole –palteado- que alguna vez choqué el carro de mi viejo y me hizo un show público con el vehículo lesionado. Valeria sonriendo y yo haciendo lo propio tímidamente.



Valeria, si algún día lees esto, entérate que sí que la pasé bien, espero que tú igual –aunque… aunque nada-. Que tal trip hasta su casa, por cierto. Saludos a Alejo y adviértele que más tarde iré a la facultad con un escudo para defenderme ante un eventual ataque suyo. Espero verte pronto. Sí que eres linda.

(…)

Estos días raros me han traído alegrías, penas, como la muerte de mi tía Juana (a la que extrañaré por ser tan buena gente); risas, confianza y nuevos conocidos. Un poco de todo que es mejor que nada de nada. Este inicio de año está algo extraño.
¡Ah! Lo olvidaba. Tengo que agregar que a partir de ahora, cada post de este humildón blog, estará en la web de la adorable Carla Lucía, mi ojona preferida, buenísima amiga. Gracias, Carlu. Espero que después no te arrepientas de tan desatinada decisión. De verdad te admiro por eso. Gracias a ti esta entrada ya no tendrá 2 ó 3 lectores (y eso), ahora serán muchos más (4, 5 ó, con suerte, 6). Todo mi aprecio para ti, Penalillo. Asì que desde hoy estamos en www.algodelima.com.

Las 3 de la madrugada y a las 8:30 tengo reunión con el jefe. A dormir. Gracias por soportar este post desordenado, raro y agradecido. Prometo no volverlo a hacer.




*Nena, llévame a un lugar con parlantes.

lunes, 3 de enero de 2011

2010


¡Maldición! Fue lo primero que dije al no ver el post que le había compuesto, cual cantautor enamorado, al año que se fue. Se lo merecía, puesto que fue un conjunto de días geniales y un inoportuno virus hizo que todos mis archivos se borraran.


Con mi máquina ya rehabilitada, me convenzo que tengo que volver a escribir lo que me pasó en el 2010, año que comenzó muy mal, pero que, con el transcurrir de los meses vi (gracias a mis lentes supersónicos), como fue progresando de a pocos.


(…)


Coco, mi adorado hijo de cuatro patas, apareció el 12 de Enero, tras 15 días fuera de casa. Algo a lo que llamo “milagro”. Recién ese día reventé cohetes en la puerta de mi casa, tomé champagne y me puse una camisa amarilla, haciendo mías las costumbres estúpidas que mucha gente suele hacer por fin de año.


Después de eso, medité que la universidad era un tema pendiente para mí y, por fin, decidí tomar ese reto postergado. Este año, con solo unos días de preparación -tras la búsqueda expedicionaria de Coco- y con mucho miedo –mezclado con presión casera- rendí la dichosa prueba que constaba con 120 preguntas, de las cuales respondí, con confianza, la mitad. Las 60 restantes sí que me trajeron muchos desvaríos emocionales. Frases como: “Qué carajos es esto”, “Estas son preguntas de la UNI”, “Maldito Pitágoras”, “Si no paso la prueba voy a ser el hazmerreír de la casa”, se intercalaban cada cinco minutos en mis laberintosos sesos. Como la mitad de la prueba se basaba en números (¡¡¡INJUSTICIA TOTAL!!!), no me quedó otra que hacer la táctica de “Godines”: a la moneda. Debo reconocer que dicha treta sirvió, pues, si bien no estuve entre los primeros 10 lugares, sí me vi entre los 15 mejores… Algo que ni yo me explico.


(…)


Febrero vio el primero de los tres robos –impunes- que sufrí a lo largo del año. Recuerdo haber llevado a un mal herido amigo a la veterinaria (sí, era un can con una abertura grande a la altura de costilla derecha, al cual bauticé como “Mancito”. Supongo que por denominarlo así, el perro me habrá puteado con todo lo que le quedaba de fuerzas) para que curasen su terrible herida. No encontré al que, a la larga, cerraría su grieta, pero sí hallé a la encargada momentánea del establecimiento: Leslie. Al principio estaba más preocupado por mi eventual amigo, que se quejaba de rato en rato y que tras acariciarlo por períodos largos cesaba de gimotear. Como agradecimiento, recibía unas nobles lamidas del gran “Mancito”.


-“¿Es tu perrito?” – interrogó sorpresivamente Leslie.


- “No –respondí- lo encontré en la calle, abandonado a su suerte y no tenía corazón para dejarlo así, por eso lo traje”.


-“Ah, qué bacán. Pocas personas hacen eso.”


-“Lo sé.” Terminé la charla, cortante ante la llegada afortunada del veterinario, el cual lo revisó y atendió muy bien, suturándole el gran resquicio al otro día. A todo esto, mi idea era ir a medias con el doctor en los gastos del animal, pero me di con la desdichada sorpresa que tenía que pagar todo, lo cual –con rebajas, descuentos, regateos y súplicas de por medio- prometía una suma nada baja. Pensé en el can abandonado, pensé en “Coco y Camus” (mis oficiales hijos), pensé en todos los animales de las calles y dije para mí: “`Ta mare’, estoy gastando plata que no tengo. El examen me salió caro, la matrícula de la universidad y el primer mes de pensión le han sacado la mugre a mis ahorros, pero quizás ésta sea una forma de pago a la suerte que he tenido en este lapso. A la mierda, “Mancito” es un buen perro.” Tras el análisis y la aprobación al pago, vi una sospechosa sonrisa en el veterinario. No me quiero ni imaginar por qué. Whatever.


En todos esos días, Leslie y yo cogimos cierta afinidad: salíamos a comer, nos mensajeábamos o llamábamos, estábamos con cierta inquietud uno respecto al otro, pero, al menos por mi parte sólo quedaba en eso: sana inquietud. Admito que alguna vez puse como pretexto ir a ver al convaleciente cuadrúpedo, para –en realidad- verla. ¡Vamos! ¿Quién no ha hecho algo así?


Un día –lamentablemente para mí- soleado, me citó en un parque cerca a la veterinaria para conversar. “Ya, chévere. Voy”, le contesté. Entre tanta y tanta cháchara, risas y abrazos, vi a una Leslie suspicazmente segura por hacer algo. Se paró para luego volverse a echar en el pasto donde nos encontrábamos y sin dudar me estampó un beso certero, rudo y descontrolado. Yo, absorto, me vi entre unos poco delicados masajes labiales y la gracia que me provocaba pensar que había tanta gente alrededor viéndonos. Al terminar, no me quedó otra que reírme, pero no de ella ni del arrumaco. En realidad no sé ni por qué me reí, pero lo hice. Acto seguido, ya estábamos besándonos nuevamente.


Así pasaron unos cuantos días. Llegó mi cumpleaños y fue el último día que la vi. Después de un par de semanas geniales –y sin formalizar nada, a mutuo acuerdo-, llegó el 28 de Febrero, cumplía 22 y la pasé con ella comprando, hueveando, rozándonos. Fue el mejor cumpleaños que tuve en mucho tiempo. Al día siguiente empezaba la universidad y sin tiempo para nada, dejé de verla, perdimos contacto y todo se –a lo Fujimori- disolvió.


Ya instalado en la universidad, conocí a Fiorella, una chica de mirada preciosa, pero que a simple vista no me llenaba mucho los ojos que digamos. Mi fijación iba más por Milushka. Ambas a la postre se harían muy amigas. Ese gustó hacia la segunda fue creciendo conforme me olvidaba de Leslie y un día decidí contárselo a la primera, sin imaginar que la había zurrado –sin querer y sin saber- magistralmente. El día de la confesión sentí un tenue desánimo de parte de Fiorella, el cual tenía una razón muy, no sé, extraña: contra todo pronóstico, yo le gustaba.


El pasar de los días hizo que la fijación que tenía se desinfle, cual globo, porque con quien tenía ligera aproximación era con “Fío” y eso jugó no sé si a mi favor o en mi contra. Como el contacto era mucho más frecuente, me fui enganchando (sin querer) y terminé enamorándome de ella, aunque había cometido un delito grave, insufrible y por demás pendejo a esas alturas del partido.


El último mes del primer ciclo, ella se mostró distante y yo me sentía afectado ante la asolapada desatención. Ante tanta indiferencia, decidí decirle lo que me pasaba, pero si lo hacía en la semana previa a los finales, la iba a joder horrible, porque la concentración que debíamos tener para las pruebas la iba a mandar, sencillamente, al diablo. Así que me esperé hasta el último día de finales.
Si mal no recuerdo, el examen con el que terminábamos el ciclo era de matemática, así que entre cálculo y cálculo, entre las ganas de querer retroceder el tiempo miles de años y golpear mortalmente a Pitágoras, se me cruzaba Fiorella, quien terminó la evaluación rápidamente y se mandó mudar sin prestarle atención a los quecos que hacía silenciosamente para que se quede. El que sí tomó con descortesía mis maniobras fue el profesor: “Una más y te anulo el examen, Cholán”, palabras que tomé, asentando la cabeza con algo de arrepentimiento. Terminé, salí, la llamé y no contestó. Nos vimos en la fiesta de fin de ciclo, pero cuando mi sonrisa se comenzaba a dibujar, ya se había ido ante una inoportuna –para mí- llamada de su buenagentosa mamá. Renegué conmigo mismo.:“Puta madre”.


Al final de todo se enteró de mi agrado por una carta. Si la fregué o no, escribiéndola, sólo ella lo sabe. En las vacaciones nos vimos, me confesó que alguna vez le gusté, pero con lo de Milushka, este gusto se esfumó y como era comprensible, mis ganas por agarrarme a cabezazos contra la pared eran notorias. Alguna vez fuimos al cine; alguna vez -en el transcurso del segundo ciclo-, me besó cuando menos lo esperaba; alguna vez me dijo para intentarlo, alguna vez se arrepintió de todo y muchas veces me dejó con el corazón hecho añicos. La cronología de este amorío inconcluso está en los tres últimos posteos de este blog y que por motivos de flojera, no puedo resumir. Este fue el segundo robo de este año: un par de besos dulces que alguna vez en la vida quisiera repetir, pero, ya no asumiendo el papel de víctima, sino, el del ladrón sinvergüenza.


Noviembre hizo que me asalten por tercera vez. Fue algo no tan memorable, quizás porque aún seguía templado de Fiorella. Lo más resaltante de aquella vez fue que estuve a punto de irme a la cama, por no decir tirar, con una excompañera de colegio, la cual estaba muy apetecible. Ya con demasiados tragos encima y con la calentura del asunto, nos pusimos medio alegrones, pero –no sé si por buena o mala suerte- siempre guardo algo de cordura así esté con tragos encima o a punto de llegar al estado etílico más patético, y al final no pasó nada. Nada porque no traía un condón conmigo y a esa hora (5:30am aproximadamente) no había una farmacia cerca y, peor aún, cuando estaba yendo a la reunión me di cuenta que el “Repshop” más próximo estaba en reparación.


Recuerdo haberme lamentado como nunca, recuerdo haber pateado el surtido refrigerador un par de veces, pero así: sin protección de por medio, ni cagando. “Falla algo y me jodo”, recuerdo haber dicho como consuelo. De repente (y es lo más, terroríficamente, probable) haya quedado como un soberano rosquete ante “V” y quizás, también, ante los que lean esta entrada, pero, carajo, no me veía cambiando pañales a los 22 años, dejar la universidad y privarme de conocer –algún día- Buenos Aires y Londres por una madrugada de sexo. Sin ganas de justificarme, seguro algún día contaré la revancha que tuve.


(…)


En lo laboral fui de menos a más, pasé de trabajar en GRP (Grupo Panamericana de Radios) al Grupo RPP y no me puedo quejar: hago lo que me gusta y encima me pagan, y si eso no es tener suerte, no sé qué otro rótulo ponerle.


En la chamba conocí gente excelente que en poco tiempo se ganó mi confianza y –quiero creer- yo la suya, también. Espero complementar la universidad con el trabajo e ir trepando, cual saltamontes y a la velocidad que sea, en la empresa donde ahora trabajo. A Dios gracias, estoy en el lugar en el cual también labora la chica que me llama por demás la atención y que es homónima de una de las chicas que mencioné –o agravié- antes. SUERTE.


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En lo familiar, afiancé lazos con mi madre. Hoy más que nunca sé que no podría vivir sin ella y eso me hace sentir muy bien, de a pocos le daré lo que quiero para ella. De a pocos. También endurecí los motivos consanguíneos con otros tantos personajillos caseros y a otros simplemente los quiero mandar al sol con pasaje de ida solamente, puesto que considero que la hipocresía familiar es el peor bicho que existe, así que alejados de mí, estarán mejor.


- Mi viejo está en Chiclayo y recién este año he sentido que lo extraño bastante. Ojalá me alcancen los recursos para repatriarlo a casa lo más pronto posible.


- ¿Coco y Camus? Los amo con cada fragmento de mi corazón.


En cuanto a mí, creo que el hecho de escribir, bien o mal y de cuando en cuando, me relaja un mundo. Lo que pretendo es que los que –heróicamente- soportan leer un post, se rían. Espero haberlo conseguido alguna vez.


Ya estoy perfilándome hacia lo que voy a ser. Sé a dónde llegar y sé lo que quiero. Habrán muchos cabrones bultos en el camino, pero cuando no los hay no se muestra interesante la vía, así que bienvenidos sean. Tienen licencia para joder.


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Creo que olvidaba la universidad. Lo que más me satisface fue haber aprobado de buena forma (con negreras amanecidas y todo), Teoría de la comunicación de la terrorífica Zoila Guzmán. Aquel que no haya pasado por sus manos estando en la facultad de Ciencias de Comunicación de la San Martín, no ha sentido el miedo. Todos a los que interrogo por ella, tanto en el trabajo como en la misma universidad, ponen una cara de recelo, acto seguido, corren despavoridos. También pasé Estadística, curso que de antemano ya daba por jalado, pasé con lo mínimo –y con ayuda-, pero pasé, a pesar que el desdichado score hizo que todo mi sacrificado ponderado baje considerablemente. Al carajo: No jalé nada.


En resumen, este año reí, lloré, gané, perdí, maduré (algo al menos) logré muchas satisfacciones –a diferencia de Mick Jagger: “I can’t get no satisfaction”-, amé, me trituraron el corazón (pero aprendí de ello), engordé, me corté -a regañadientes- la larga cabellera, conocí gente excelente y, sobretodo, siento que di el primer paso hacia mi ansiada realización personal. En el 2011 me espera Buenos Aires, ciudad en la que nació mi ídolo Gustavo Cerati, al que vi en su último concierto en Lima.


Gracias, Dios por haberme dado un 2010 tan de puta madre.


Un año tan bueno como esta canción.